La Tristeza. Por Juan Cicconi

Por Juan Cicconi
Para Adoración y Liberación
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Estas palabras de dimensión infinita,
indican los dolores del alma de Jesucristo, que solo Él podía conocer. Ellas designan un
dolor abismal, casi infinito: la Muerte y el Infierno. Porque el sentirse real y
verdaderamente abandonado por Dios, eso es el Infierno. Y Cristo no exageraba.
La primera sangre que derramó Cristo no se la arrancaron los azotes: se la arrancó la
tristeza; “Mi alma esta triste hasta la muerte”. Los Apóstoles vieron visiblemente en el
gesto de Cristo esos tres monstruos: la Tristeza, el Tedio y el Temor, que cayeron sobre Él
al ingresar al Monte de los Olivos.
Consideremos que la aprensión imaginativa de un gran peligro o un gran dolor – y más de
un dolor irremediable – suele atormentar más que el mismo hecho: a muchos los ha
llevado a la desesperación o el suicidio. Esa es la condición del hombre; pero esa condición
nos ha sido dada para que luchemos y evitemos la catástrofe, a Cristo le fue dada para
mayor tormento porque la tristeza de Cristo tenía tres raíces: 1) el Universal Pecado, 2) la
previsión de todos los horrores próximos, 3) y la visión clarísima de la ingratitud de la
humanidad.
Los dolores en un hombre son una función de su sensibilidad; los dolores físicos al fin
desembocan en la conciencia, la cual les da su tercera dimensión; por eso un dolor
cualquiera es infinitamente mayor en un hombre que en un animal. De manera que la
pasión física de Cristo fue la causa de su exquisita sensitividad; casi infinita.
Ahora, si esto vivió Cristo, ¿será acaso diferente para los hombres?
Nota: Cristo nos avisó que los hombres desfallecerán de espanto ante lo que viene: ver
Mateo 24; Marcos 13 y Lucas 21. El Miedo estará revestido de Terror, Desesperación,
Angustia y Tristeza; todo lo cual formará una aprensión imaginativa ante un gran dolor
irremediable. Y si no ¿cómo se explica que corrieran a colocarse la vacuna?
Bibliografía consultada: El Evangelio de Jesucristo- P. L.Castellani