SAN FRANCISCO DE ASIS. EL PRIMERO EN HACER UN NACIMIENTO. Por Andrea Serrano
San Francisco era muy amante del misterio de la Natividad del Señor. Tres años antes de su muerte quiso celebrar de una manera muy especial el nacimiento de Nuestro Señor

Por Andrea Serrano
Corresponsal AyL México
Tomas de Celano en una de sus biografías nos relata como San Francisco era muy amante del misterio de la Natividad del Señor.
Tres años antes de su muerte quiso celebrar de una manera muy especial el nacimiento de Nuestro Señor. El relato dice así:
“Digno de recuerdo y de celebrarlo con piadosa memoria es lo que hizo Francisco tres años antes de su gloriosa muerte, cerca de Greccio, el día de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Vivía en aquella comarca un hombre, de nombre Juan, de buena fama y de mejor tenor de vida, a quien el bienaventurado Francisco amaba con amor singular, pues, siendo de noble familia y muy honorable, despreciaba la nobleza del espíritu. Unos quince días antes de la Navidad del Señor, el bienaventurado Francisco le llamó, como solía hacerlo con frecuencia, y le dijo: “ Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar.
Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, como fue reclinado en el pesebre y como fue colocado sobre heno entre el buey y el asno”.
En oyendo esto el hombre bueno y fiel, corrió presto y preparó en el lugar señalado cuanto el Santo le había indicado.
Llegó el día, día de alegría, de exaltación. Se citó a hermanos de muchos lugares, hombres y mujeres de la comarca, rebosando de gozo, prepararon, según sus posibilidades, cirios y tras para iluminar aquella noche que, con su estrella centelleante iluminó todos los días y años. Llegó, en fin, el Santo de Dios y viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró. Se prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey y el asno. Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una nueva Belén.
La noche resplandece como el día, noche placentera para los hombres y para los animales. Llega la gente y ante el nuevo misterio, saborean nuevos gozos. La selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de júbilo. Cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de alegría. El Santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre y el sacerdote goza de singular consolación.
El Santo de Dios viste los ornamentos de diácono, pues lo era, y con voz sonora canta el Santo Evangelio. Su voz potente y dulce, su voz clara y bien timbrada, invita a todos a los premios supremos.
Luego predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel. Muchas veces al querer mencionar a Cristo Jesús, encendido en amor, le dice “el Niño de Bethleem” y pronunciando “ Bethleem” , su boca se llena de voz, más aún de tierna afección.