Vivir en el espíritu (2). (Por Pequeño Cirineo)
Santa Teresita del Niño Jesús y Santa Margarita María Alacoque.

Por el Pequeño Cirineo
Queridos Hermanos: seguimos sirviéndonos de los Santos para adentrarnos en la meditación, tan necesaria en tiempos oscuros y revueltos cómo los que estamos viviendo.
Hoy meditemos con las palabras de una gran santa y muy conocida, Santa Teresita del Niño Jesús pero también con las de otra santa tal vez para algunos menos conocida como Santa Margarita María Alacoque.
Si más feliz lectura y feliz meditación.
SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS
Quiero buscar el medio de ir al cielo por un caminito muy derecho, muy corto, un caminito completamente nuevo.
Estamos en el siglo de los inventos: ahora no hace falta subir los peldaños de la escalera, en las casas de los ricos el ascensor los reemplaza ventajosamente.
Así que he buscado en los libros santos la indicación del ascensor y he leído estas palabras, pronunciadas por la eterna Sabiduría:
“Si alguno es pequeñísimo, venga a mí”
Prv (9,4)
Queriendo saber, Dios mío, lo que harías al pequeñísimo que respondiera a tu llamada, he continuado mi búsqueda, y he aquí lo que he hallado:
“Como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo. Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciaran”
Isaías 66 ( 12 _13)
El ascensor que ha de subirme hasta el cielo son tus brazos Jesús, para eso no necesito crecer, al contrario, es preciso que me quede pequeña, que lo sea cada vez más”.
Así es necesario reconocer desde los primeros años lo que Dios pide a las almas y secundar la acción de su gracia sin precipitar la ni retrasarla nunca.
Como los pajarillos aprenden a cantar escuchando a sus padres, los niños aprenden la ciencia de las virtudes, el canto sublime del amor Divino, con el ejemplo de las almas encargadas de formarles para la vida.
SANTA MARGARITA MARÍA ALACOQUE
El Sagrado Corazón, en efecto, es una fuente inagotable que no desea otra cosa que derramarse en el corazón de los humildes, para que estén libres y dispuestos a gastar la propia vida según su beneplácito.
De este divino corazón manan sin cesar tres arroyos, el primero es la misericordia para con los pecadores, sobre los cuales vierte el espíritu de contrición y de penitencia.
El segundo, es el de la caridad, en provecho de todos los aquejados por cualquier necesidad y principalmente de los que aspiran a la perfección, para que encuentren la ayuda necesaria para superar sus dificultades.
Del tercer arroyo mana el amor y la luz para sus amigos ya perfectos, a los que quieren ir consigo para comunicarles su sabiduría y sus preceptos, a fin de que ellos a su vez, cada cual a su manera, se entreguen totalmente a promover su gloria.
Conviene pues que os unáis al corazón de nuestro Señor Jesucristo en el comienzo de la conversión, para alcanzar la disponibilidad necesaria y, al fin de la misma para que la llevéis a termino.
¿No aprovecháis en la oración?
Bastará con que ofrezcáis a Dios las plegarias que El Salvador profiere en lugar nuestro en el Sacramento del altar, ofreciendo su fervor en reparación de vuestra tibieza, y cuando os dispongáis a hacer alguna cosa orad así:
“Dios mío, hago o sufro tal cosa en el corazón de tu Hijo y según sus santos designios, y os lo ofrezco en reparación de todo lo malo o imperfecto que hay en mis obras”
Y así en todas las circunstancias de la vida siempre que o suceda algo penoso, aflictivo, injurioso, deciros a vosotros mismos:
“Acepta lo que te manda el Sagrado Corazón de Jesucristo para unirte a sí”.
Por encima de todo, conservar la paz del corazón, que es el mayor tesoro. Para conservarla, nada ayuda tanto como el renunciar a la propia voluntad y poner la voluntad del Corazón divino en lugar de la nuestra, de manera que sea ella la que haga el lugar nuestro todo lo que contribuye a su gloria, y nosotros, llenos de gozo, nos sometamos a Él y confiemos en Él totalmente.
Que Dios te bendiga
El pequeño Cireneo