En el inicio del Tiempo Ordinario… ¿Qué se puede hacer si el Evangelio no es proclamado por los propios cristianos?
Vicente Montesinos
Ha finalizado el tiempo de Navidad y damos comienzo al tiempo ordinario. La palabra de Dios hoy, al iniciar este camino de lo cotidiano, tan importante, nos habla ya de “convertirnos, y creer en el Evangelio”.
De esta forma quedan claramente unidos y relacionados el “tiempo” de nuestra vida, con la conversión. Es decir: el tiempo que tenemos es el tiempo en el que hemos de convertirnos. Sí o sí. Ni más ni menos.
Pero claro, muchas veces entendemos aquello de la conversión en el sentido estricto de la palabra; es decir, pasar de la increencia a la fe. Pero… ¿y para los que creemos en Dios? ¿Qué es eso de la conversión?.
Pues ni más ni menos que purificar nuestra alma y aumentar nuestra fe. Preguntarnos, en un íntimo diálogo con el Señor: ¿Dios mío, de que cosas debo purificarme?
Acaba de empezar un año (civil), sí. Y todos nos ofrecemos buenos deseos. Eso está muy bien. Pero el mejor deseo es lo que Dios nos ofrece: conviértete; analiza tu vida delante de Dios, y qué aspectos tienes que purificar. ¿La indiferencia hacia ciertos temas en los que te cuesta aterrizar? ¿La pereza ante tantas situaciones? ¿Quizá la lucha para saber encauzar el propio temperamento? ¿La tibieza? ¿La cobardía? … Y así sucesivamente… Porque Dios nos concede el tiempo; es decir, nos concede nuestra vida, para convertirla.
La conversión, por otra parte, pasa por la aceptación de la Palabra de Dios. Creer en el Evangelio. Estar cerca de Dios. “Convertíos y creed en el Evangelio“. ¿Y que es lo que nos convierte? ¡La Palabra de Dios! Es sencillo. Por la Gracias del Señor y la acción del Espíritu Santo, la continua lectura de la Palabra de Dios nos va purificando, aunque nosotros, muchas veces, no nos demos cuenta.
Es pues básico en la vida de piedad, junto a la participación en los Sacramentos; especialmente en la Eucaristía y en la Penitencia; acudir constantemente a la Palabra de Dios, que es la que nos interpela. Es decir: yo no tengo que ser mejor comparándome con otro; sino que tengo que ser mejor, y más santo, comparándome con la Palabra de Dios. Es la única manera.
Evidentemente, no llegaremos a todo lo que allí encontramos. No somos Dios, obviamente. Pero esa es la tendencia que debe de existir en nosotros.
Por otro lado, en el Evangelio de hoy Cristo además hace una llamada a los discípulos, con la que empezamos este tiempo ordinario: “Venid en pos de mí y yo os haré pescadores de hombres”. No olvidemos pues, que es Jesucristo el que nos invita a seguirle. Cada uno en su estado de vida; pero seguirle a Él y ser apóstoles.
Y esto, mis queridos hermanos, hace cada vez más falta. No voy a descubrir América si os hablo de lo tremendamente descompuesto que está el mundo occidental. Nuestra sociedad “civilizada” afronta una serie de problemas impresionantes que vemos cada día, y que producen verdadera tristeza.
Y ante esto… ¿Qué se puede hacer si el Evangelio no es proclamado por los propios cristianos? Nada. No se puede hacer absolutamente nada, si no vamos a todos los pueblos a proclamar la Palabra de Dios, y si no la proclamamos a diario en nuestra vida, en nuestro ambiente, en nuestra sociedad. Si no respondemos a la llamada del Señor de convertir a todos los pueblos. Sí. A todos. Incluyendo nuestras cercanías, nuestras “periferias”, y lo que no son “periferias”. Eso no es proselitismo. Es simplemente cumplir el mandato divino.
Fíjense, queridos hermanos lo sabia que es la Iglesia, y como, al principio del año ordinario nos habla muy claramente de estas ideas: la conversión, el seguir a Jesucristo, el ser apóstoles, y el darnos cuenta de la respuesta que dan los apóstoles. Porque dejándolo todo, le siguieron.
Es el signo de la respuesta pronta a la llamada que Dios nos hace cada día de nuestra vida. Y ahora que empieza un año es un buen momento para “darle una vuelta” a esto; aunque en el fondo, queridos hermanos, es tarea de cada día. Para Dios no hay “año nuevo”. El tiempo es la medida de nuestra vida, regalada por Él para actuar conforme a su Palabra.
Cada día es pues nuevo para Dios, y el Espíritu Santo hará en nosotros nuevas todas las cosas, si nos dejamos hacer.
Cuestionemos pues nuestra vida delante de Dios, como jornaleros de su viña, llamados a testimoniar nuestra vida, a dar razón de nuestra fe, y a vivir sobre todo en la fe, la esperanza y la caridad cristianas; en medio de un mundo al que las felicitaciones le salen en las “Felices Fiestas” o en el “Año Nuevo”, pero que en la vida ordinaria, separado de Dios y de la Gracia, es imposible que persevere en los deseos del bien. Ese bien que es quien realmente nos santifica por la Gracia de Dios.
¡Y porque hasta el cielo no paramos, que Dios os bendiga!
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