Crítica al “Instrumentum Laboris” del próximo sínodo de octubre de 2023. Padre Francisco Vegara

Rvdo. P. Francisco Vegara
Adoración y Liberación
Se procede colocando primero cada texto estimado relevante, para someterlo después a un sucinto comentario crítico.
10-Con más razón vale para el IL aquello que ya describía la naturaleza de la DEC: «no es un documento del Magisterio de la Iglesia, ni el informe de una encuesta sociológica; no ofrece la formulación de indicaciones operativas, de metas y objetivos, ni la elaboración completa de una visión teológica» (n. 8). No podría ser de otro modo, ya que el IL forma parte de un proceso que aún no ha terminado. En comparación con el DEC, da un paso más: partiendo de las percepciones recogidas durante la primera fase y especialmente del trabajo de las Asambleas continentales, articula algunas de las prioridades surgidas de la escucha al Pueblo de Dios, pero no como afirmaciones o toma de posturas. Por el contrario, las expresa como preguntas dirigidas a la Asamblea sinodal, que tendrá la tarea de discernir e identificar algunos pasos concretos para seguir creciendo como Iglesia sinodal, pasos que luego someterá al Santo Padre. Sólo entonces se completará esa particular dinámica de escucha en la que «cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, Colegio episcopal, Obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el “Espíritu de verdad” (Jn 14, 17), para saber lo que Él “dice a las Iglesias” (Ap 2,7)» [2]. Desde este punto de vista, está claro por qué el IL no puede entenderse como un primer borrador del Documento Final de la Asamblea sinodal, que habrá de ser corregido o enmendado, aunque esboza una primera comprensión del carácter sinodal de la Iglesia a partir de la cual se puede hacer un discernimiento ulterior.
El “instrumentum laboris” parece, de entrada, querer quitarse de encima toda responsabilidad doctrinal, lo que no es de recibo, dado el carácter de preparación de algo tan importante para la iglesia, como es un sínodo de obispos; así pronto aparece la primera contradicción con lo anterior:
11-De la primera fase surge la conciencia de la necesidad de tomar la Iglesia local como punto de referencia privilegiado[3], como lugar teológico donde los bautizados experimentan concretamente el caminar juntos. Esto, sin embargo, no conduce a un repliegue: ninguna Iglesia local, en efecto, puede vivir al margen de las relaciones que la unen a todas las demás, incluidas aquellas, muy especiales, con la Iglesia de Roma, a la que se confía el servicio de la unidad a través del ministerio de su Pastor, que ha convocado a toda la Iglesia en Sínodo.
Efectivamente es lógico que, si tomamos el “sensum fidelium” por un lugar teológico, este documento, pretendidamente brotado de ahí, ha de tener también un carácter teológico, cuyo valor magisterial dependerá obviamente de la asunción que del mismo hagan el sínodo y especialmente el papa.
22-«Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha» [6]: esta toma de conciencia es fruto de la experiencia del camino sinodal, que es una escucha del Espíritu por medio de la escucha de la Palabra.
¿Cómo aquí se habla de escucha de la palabra de Dios, y luego se ignorarán las inequívocas sentencias que la Biblia aplica a determinados comportamientos morales?
26-Vivida en una diversidad de contextos y culturas, la sinodalidad se revela como una dimensión constitutiva de la Iglesia desde sus orígenes, aunque todavía esté en proceso de realización. De hecho, presiona para ser implementada cada vez más plenamente, expresando una llamada radical a la conversión, al cambio, a la oración y a la acción dirigida a todos. En este sentido, una Iglesia sinodal es abierta, acogedora y abraza a todos. No hay frontera que este movimiento del Espíritu no sienta que debe cruzar, para atraer a todos a su dinamismo.
¿Tampoco la ortodoxia doctrinal supone ninguna frontera?; ¿acaso tiene autoridad la comunidad eclesial actual para oponerse al depósito de fe recibido?
27-Por tanto, para incluir auténticamente a todos, es necesario entrar en el misterio de Cristo, dejándose formar y transformar por el modo en que él vivió la relación entre amor y verdad.
Se empieza a desbarrar claramente, pues ¿acaso se puede verdaderamente incluir a los que se niegan a comulgar en la verdad de la fe?
31-Una vez superada la angustia del límite, el inevitable carácter incompleto de una Iglesia sinodal y la disponibilidad de sus miembros a aceptar las propias vulnerabilidades se convierten en el espacio para la acción del Espíritu, que nos invita a reconocer los signos de su presencia. Por eso, una Iglesia sinodal es también una Iglesia del discernimiento, en la riqueza de significados que adquiere este término y al que dan relieve las distintas tradiciones espirituales.
Se introduce un nefasto procedimiento intelectual, que es letal para la teología: el pensamiento dialéctico hegeliano, que subsume las antítesis en la síntesis, y supera los límites, confrontándolos antitéticamente, para que surja la síntesis unificadora de la tesis y la antítesis; pero eso es absurdo, por ir contra el principio de no contradicción, que dicta que frente a dos contrarios hay que eliminar uno, o se cae todo el sistema, y encima se tiene la desfachatez de atribuir eso a la acción del Espíritu.
32-En su sentido etimológico, el término «conversación» no indica un intercambio genérico de ideas, sino aquella dinámica en la que la palabra pronunciada y escuchada genera familiaridad, permitiendo a los participantes intimar entre sí. La especificación «en el Espíritu» identifica al auténtico protagonista: el deseo de los que conversan tiende a escuchar su voz, que en la oración se abre a la libre acción de Aquel que, como el viento, sopla donde quiere (cf. Jn 3,8).
Por muy bien que suene esa “conversación en el Espíritu”, ¿cómo se puede hablar de protagonismo del Espíritu, si luego se contradice la revelación cristiana, que también es obra del Espíritu?; ¿acaso éste se puede contradecir a sí mismo?; ya dijo san Pablo claramente que no (cf. 2Tm 2, 13).
37-Los demás escuchan sabiendo que cada uno tiene una valiosa aportación que ofrecer, sin entrar en debates ni discusiones.
Pero, si se niega el debate, se impide el diálogo racional, y se pierde de vista la verdad.
39-El tercer paso, de nuevo en un clima de oración y bajo la guía del Espíritu Santo, es identificar los puntos clave que han surgido y construir un consenso sobre los frutos del trabajo común, que cada uno sienta fiel al proceso y en el que, por tanto, pueda sentirse representado. No basta con elaborar un informe en el que se enumeren los puntos más citados, sino que es necesario un discernimiento que preste atención también a las voces marginales y proféticas y no pase por alto la importancia de los puntos en los que surgen desacuerdos. El Señor es la piedra angular que permitirá que la «construcción» se mantenga en pie, y el Espíritu, maestro de armonía, ayudará a pasar de la confusión a la sinfonía.
Estamos nuevamente en el pensamiento dialéctico sintético, que es antilógico, y que claramente va contra la verdad, la cual no puede sino oponerse al error; ¿desde cuándo la verdad es fruto del consenso, y menos todavía la verdad teológica?
49. Este dinamismo posee una fuerza propulsora que empuja a ampliar continuamente el ámbito de la comunión, pero que debe asumir las contradicciones, los límites y las heridas de la historia.
Asumir las contradicciones es la negación de la lógica más elemental, fundada en el principio de no contradicción; por tanto, la razón exige eliminar las contradicciones, ya que el sistema en que aparezca una sola contradicción, sucumbe, por entero, en la inconsistencia.
52. La misión no consiste en comercializar un producto religioso, sino en construir una comunidad en la que las relaciones sean transparencia del amor de Dios y, de este modo, la vida misma se convierta en anuncio. En los Hechos de los Apóstoles, el discurso de pedro va seguido inmediatamente de un relato de la vida de la comunidad primitiva, en la que todo se convertía en ocasión de comunión (cf. 2,42-47): esto le confería capacidad de atracción.
Esta aclaración es muy verídica y oportuna.
54. La perspectiva de la misión sitúa los carismas y los ministerios en el horizonte de lo común y, de este modo, salvaguarda su fecundidad, que, en cambio, resulta comprometida cuando se convierten en prerrogativas que legitiman lógicas de exclusión. Todos los puntos de vista tienen algo que aportar a este discernimiento, empezando por el de los pobres y excluidos.
La lógica auténtica, basada en el principio de no contradicción, supone necesariamente la exclusión de todo lo que se opone a la verdad y, en este caso, a la ortodoxia, como durante toda la historia ha practicado la iglesia, anatematizando cualquier herejía, y excomulgando a los herejes; así pues no todo es asumible ni aceptable.
60. Sin mortificar ni degradar la profundidad del misterio que la Iglesia anuncia ni la riqueza de su tradición, la renovación del lenguaje debe orientarse a hacerlos accesibles y atractivos a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sin representar un obstáculo que mantenga alejados.
Ésa es la cuestión fundamental: no se puede contradecir la doctrina dogmática de la iglesia, pues la contradicción destruye la verdad, en este caso la verdad de la doctrina católica.
Sin embargo, el quinto párrafo de la sección titulada: “Cómo utilizar las fichas de trabajo”, dice lo siguiente:
Otro caso sería cuando la reaparición de una cuestión es signo de un cambio en la realidad o de la necesidad de un «desbordamiento» de la Gracia, lo que exige volver a cuestionar el Depósito de la Fe y la Tradición viva de la Iglesia.
Si la primera gracia que la iglesia debe custodiar, es la de la misma revelación, contenida en su magisterio dogmático como interpretación de las fuentes de la revelación: las Escrituras y la Tradición eclesial, ¿cómo se puede hablar de cuestionar lo ya asentado como depósito de fe, que es inmodificable por su propia naturaleza?, ¿y cómo encima se tiene la desfachatez de denominar “desbordamiento de la gracia” lo que no sería sino una traición al anterior depósito de fe?; este párrafo convierte al sínodo que pretende preparar, en un conciliábulo herético y apóstata desde su mismo inicio, por adulterar, ya de entrada, el sentido teológico dogmático del sagrado depósito de la fe católica, que resulta relativizado circunstancialmente y negado en su verdad intrínseca y, por ello, inalterable.
En el apartado: “¿Cómo puede una Iglesia sinodal hacer creíble la promesa de que «el amor y la verdad se encontrarán» (Sal 85,11)?”, se dice:
La Iglesia está buscando cómo renovar la propia misión para ser una comunidad acogedora y hospitalaria, para encontrar a Cristo en aquellos a quienes acoge y ser signo de su presencia y anuncio creíble de la verdad del Evangelio en la vida de todos. Se trata de la profunda necesidad de imitar al Maestro y Señor también en la capacidad de vivir una aparente paradoja: «proclamar con audacia la propia enseñanza auténtica y, al mismo tiempo, ofrecer un testimonio de inclusión y aceptación radicales».
Esa paradoja es efectivamente sólo aparente, ya que la acogida radical de Dios va dirigida a todo y solo aquel que se deja tocar por la gracia de la conversión, de modo que la audacia está en el perdón subsiguiente a la conversión.
Después se dice:
Los Documentos finales de las Asambleas continentales mencionan a menudo a quienes no se sienten aceptados en la Iglesia, como los divorciados vueltos a casar, las personas en matrimonios polígamos o las personas LGBTQ+.
Es evidente que esas personas no pueden ser aceptadas a la plena comunión con la iglesia, hasta que no manifiesten una clara disposición a la conversión con la intención de adecuar su propio comportamiento a la doctrina moral de la iglesia.
En el apartado “Pregunta para el discernimiento”, se plantea:
¿Qué pasos puede dar una Iglesia sinodal para imitar cada vez más a su Maestro y Señor, que camina con todos con amor incondicional y anuncia la plenitud de la verdad del Evangelio?
El amor de Dios sólo es incondicional en sí mismo, es decir: dentro de la Trinidad, que es donde se realiza de modo necesario, pero no hacia nosotros, que somos libres, y así podemos aceptarlo o rechazarlo, lo que hace que ese amor sea condicional, dependiendo, para su cumplimiento en nosotros, de nuestra aceptación.
En el apartado “Sugerencias para la oración y la reflexión preparatoria” se plantea:
¿Cómo podemos crear espacios en los que aquellos que se sienten heridos por la Iglesia y rechazados por la comunidad puedan sentirse reconocidos, acogidos, no juzgados y libres para hacer preguntas? A la luz de la Exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia, ¿qué medidas concretas son necesarias para llegar a las personas que se sienten excluidas de la Iglesia a causa de su afectividad y sexualidad (por ejemplo, divorciados vueltos a casar, personas en matrimonios polígamos, personas LGBTQ+, etc.)?
¿Cómo se puede pretender que los que viven irregularmente y de modo contrario a la moral de la iglesia, no se sientan juzgados y condenados en su pecado, y llamados personalmente a la conversión como único modo de experimentar la misericordia divina, y de alcanzar la salvación?; semejante pretensión es en sí misma una negación radical e intolerable de la doctrina moral de la iglesia, que pertenece al depósito de la fe, y entra en el ámbito de lo infalible y, por ende, intrínsecamente inmodificable; estamos pues ante un fenomenal pecado contra el Espíritu Santo, al que se utiliza como coartada para contradecir lo que él mismo ha inspirado a través de las fuentes de la revelación, de modo que no cabe nada más diabólico, por cuanto se está oponiendo al Espíritu Santo contra sí mismo, como para aplicar a Dios lo que Jesús refirió a Satanás (cf. Mt 12, 26); llegados aquí, es necesario reconocer que, socavado un solo punto dogmático, queda demolido en su totalidad el edificio de la doctrina católica, que resultaría ser tan falsa como la misma iglesia a la que fundamenta.