Un agradecimiento a Sanremo, el basurero globalista que revela quién está detrás. Por Andrea Cionci
Esa despreciable transmisión tuvo el mérito de hacernos comprender los poderes oscuros que están al ataque en todo el mundo.

Por Andrea Cionci
Para Adoración y Liberación
Traducción autorizada Maria Luisa Perez Gherlone
13 de febrero de 2023
Pobre Festival de Sanremo: todos en contra, ahora. Nos perdonarán que esta vez también adoptamos una postura contracorriente, pero sólo podemos dar las GRACIAS a la kermesse nacional de canto 2023.
El único defecto que podemos señalar es que le faltaba un eslogan para el consumo de insectos: tal vez Amadeus podría haber hundido con avidez su tenedor en un buen plato hormigueo de Tenebrio molitor y devorarlos en vivo, invitando a todo el mundo a salvar el planeta consumiendo cucarachas y parásitos.
De hecho, en el basurero globalista que fue presentado en la ex televisión estatal, se notó la falta de esta pantomima, pero por lo demás los temas estaban todos ahí: homosexualismo a gogo, pornografía, vandalismo, transexualismo, travestismo, perversiones de varios tipos, fetichismo, poligamia, transgenerismo, drogas, obscenidad, vulgaridad, idiotez, inversión, escándalo y gestos repugnantes lanzados a la cara de nuestros hijos en horario de máxima audiencia.
Hasta a las instituciones les tomaron el pelo, con un himno de Mameli escarnecido a micrófono abierto y, sobre todo, la inconmensurable desvergüenza de un Benigni mal envejecido -y aburguesado en patético juglar de régimen- que alababa con melosas palabras la Constitución que hasta hace unos años él mismo quería cambiar.
A continuación, una mujer semidesnuda y desnutrida recitó -malísimo- una llorosa cartita narcisista – egocéntrica ; otra, una mujer negra, incluso super pagada de más para jugar con una pelota, se hizo la víctima insultando a millones de italianos e incluso consiguió arrancar aplausos. Un anciano con el pelo teñido hizo un guiño al consumo de cannabis.
Y luego, en un estallido de virilismo, la irrupción de la guerra, con la cartita de navidad de un pequeño dictador diez veces más loco que su enemigo que, además de desangrar nuestros arsenales y nuestras finanzas con constantes demandas de armas, está a punto de darnos la tercera guerra mundial.
Inversión, vicio, guerra, drogas, mentiras, corrupción de los jóvenes: parecía el concurso hípico de los Jinetes del Apocalipsis, una escatológica Piazza di Siena.
Gran parte de esa pacotilla escenográfica – propagandista, que servía de telón de fondo a los habituales berrinches y ladridos que se hacen pasar por canciones desde hace décadas, estaba descaradamente preparada: un engaño dentro de otro engaño.
Pero, entonces, diréis, ¿por qué hay que estar agradecido a Sanremo?
De hecho, esta galería de monstruos con lentejuelas y brillantinas nos dio una idea muy clara de quién está detrás.
Piénsenlo: ¿a qué mente sana, en la RAI, se le pudo ocurrir la idea de montar un programa de tal poder disuasorio y perturbador en lo que debería ser la televisión estatal? No hay enfermos mentales en la cúpula, creemos, sino ejecutores escrupulosos y fríos de planes muy precisos y heterodirigidos trazados por gente con delantal.
En efecto, hay que señalar que todos los temas que se ilustraron con diligencia e imaginación durante ese indigno programa se solapan con una agenda precisa, la agenda 2030 para ser exactos, en escuadra y compás, que tiene como objetivos la demolición sistemática de nuestra sociedad mediante el ataque a sus valores fundacionales: Dios, Patria y Familia. Otro objetivo, la depuración demográfico mundial, empezando por nosotros, los europeos.
Todo ello de forma dulce y azucarada, recubierto de un glaseado de derechos, libertad, pacifismo, ecologismo, fraternidad, inclusión, antirracismo, tolerancia y demás palabras mefíticas de ese “alimento del corazón” del que hablaba Hegel y que siempre tienen un asidero infalible entre los jóvenes, los bergogliófilos y las mentes más débiles.
Debemos entenderlo de una vez por todas: el objetivo de las potencias globalistas es aniquilar a los pueblos de Europa, reducirlos a un rebaño babélico y mestizo sin identidad, cultura, tradición, orgullo, fuerza ni capacidad de rebelión. Deben crear una masa de individuos embobados por drogas, corrompidos por los vicios, obtusamente ignorantes, presa de sus propios caprichos, “animales hackeables” (como nos llamó tan amablemente Yuval Noah Harari, ayudante de Schwab), controlados digital, sanitaria y demográficamente. Este ataque es concéntrico, llevado a cabo en todos los frentes, desde la escuela, a la información, a la TV, a la cultura, gracias a la complicidad de nuestros propios traidores, perfectamente identificables por estar siempre del lado equivocado, con los paises extranjeros y contra Italia.
La forma de engañar a los ciudadanos es hacer que, creyendo que les va bien siguiendo la estela del valor barato inducido por gente como Greta y asociados, se pongan su propia soga al cuello. Entonces será fácil controlarlos, desplumarlos, empobrecerlos, esterilizarlos, reducirlos a comer insectos.
La batalla final es, por tanto, sobre los valores: debemos rechazar en bloque la venenosa melaza globalista, con todos sus patrocinadores que desfilaron en San Remo, y oponerse firmemente y asertiva a los subvalores mundialistas.
Y ahora esperemos que el gobierno pase con el DDT en las altas esferas de Viale Mazzini. Y que, como último recurso, esparza la sal sobre la alfombra.