El manoseo de la Misa. Por Héctor Aguer.

La Basílica Nacional de Nuestra Señora de Luján fue el escenario de una misa política, presidida por el arzobispo Jorge Scheinig, y ofrecida por la vicepresidente, que resultó ilesa de un atentado del que descree el 72 por ciento de la población.

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       La Basílica Nacional de Nuestra Señora de Luján fue el escenario de una misa política, presidida por el arzobispo Jorge Scheinig, y ofrecida por la vicepresidente, que resultó ilesa de un atentado del que descree el 72 por ciento de la población. En la politización del Santo Sacrificio está el manoseo del Misterio. Fue encargada por el kirchnerismo, hijo bastardo de Perón. El pastor de Mercedes-Luján, criatura del actual Pontífice, confesó groseramente que “metió la pata” al aceptar la invitación del intendente de Luján, de la cual no se sabe si también fue dirigida a los políticos de la oposición. Lo acompañó el silencio obsequioso de sus colegas de la Conferencia Episcopal, organismo que profesa el “extremismo de centro”, y no iba a despatarrarse en el desliz izquierdoso del hermano. Quien estuvo a su diestra –es una manera de decir- fue el vicario para las villas de emergencia, también criatura de quien hemos dicho, aquel cuya ordenación episcopal fue una algarada memorable.

         Asistió nada menos que el presidente de la Nación, menos del cual está la nada absoluta, y los enteros gobiernos del país y de la provincia de Buenos Aires, más un ex presidente y la consabida murga del populismo local. No faltaba (la foto la denuncia) una representante de los pañuelos blancos. La liturgia fue la del ex Rito Romano, que acá en la Argentina ya no es ni romano ni rito. Un ejemplar insigne de la devastación litúrgica, sin exactitud, ni solemnidad, ni belleza, sino profanación de la sacralidad y manoseo del Misterio. La masa de los asistentes eran “militantes” que exhibían la ignorancia religiosa en la que la Iglesia abandona al pueblo bautizado. Algunos de ellos, muchos quizá, hicieron también la única Comunión, que en algún caso tuvo una segunda. La señal de la Cruz es una silenciosa morisqueta ante la nariz, pero nunca se omite besar el pulgar de la mano derecha (¡vete a saber qué significa!). Esta descripción que hago es para mí dolorosa, no es una burla. Así son las cosas en este desdichado país en el cual el catolicismo, que era numéricamente mayoría, comparte las conciencias con un ejército de supersticiones. Lo digo con afecto pastoral, y me arrepiento de haber hecho tan poco para mejorar las cosas.

         La pintura que he trazado vale especialmente para Buenos Aires, ciudad y provincia, porque felizmente el noroeste es otra cosa. En estos mismos días, en Salta, tuvo lugar la semana de la multitudinaria fiesta del Señor y la Virgen del Milagro; que después de la pausa de los años de pandemia, recuperó el esplendor tradicional. Los fieles –vale el nombre porque es gente de fe-, pobres la mayoría, ricos en sencilla y profunda religiosidad, vienen en peregrinación desde más de doscientos puntos de la provincia, y son alrededor de cien mil personas las que concurren al encuentro del Señor, y de su Madre.

          Luján es la meta análoga de la pampa bonaerense, que cuenta siempre con visitantes y con peregrinaciones multitudinarias, para las que vale la descripción descarnada que hice anteriormente y que señala la ambigüedad religiosa de la región. Hay algo de mito en la referencia a Luján, que se presta a la manipulación ideológica y política, y que esconde una irremediable ignorancia. Esta situación reclama un discernimiento pastoral y la predicación de la Verdad de Dios, que ofrece a todos su Gracia y la Salvación. Es lo que correspondía a la palabra del arzobispo. La turba de politicastros allí reunida necesitaba que le hablaran de Dios, y de lo que la Virgen Santísima espera de ellos, que para eso en el siglo XVII dejó su imagencita junto al río. El arzobispo en su homilía se plegó al mito. La auténtica preocupación pastoral exigía decir bien clarito que los problemas argentinos no se resolverán sin la conversión personal; la paz y la fraternidad proceden del encuentro con Cristo. En la concurrencia había seguramente gente con una fe capaz de recibir el mensaje. Había también gente no bautizada, judíos, y ateos, a todos los cuales les hubiera venido muy bien escuchar una vez el mensaje que nació en el sepulcro vacío, el que comunicaron los Apóstoles, y que la gran Tradición de la Iglesia hizo y hace presente. Constituye una tragedia rebajar el vino exquisito del mensaje con el agua de un discurso banal. Copio algunas de las expresiones vertidas en la predicación: “Estamos en un tiempo extremadamente delicado. La paz social está frágil y amenazada. Y somos responsables de asegurarla y cuidarla”. “…La novedad es hoy animarse a abrazar al otro desde las entrañas, perdonarlo de corazón, empezar de nuevo las veces que hagan falta”. “Hay que romper las cadenas del odio, tener palabras, gestos y acciones que busquen dignificar a los otros y apostar por salvarnos todos”. Apeló, también, el arzobispo a “otro tipo de convivencia social que garantice siempre la paz y la fraternidad”. Muy bello todo esto, pero sugiere una pregunta: ¿Por qué hay que obrar así? ¿Cómo será posible hacer esto y apostar a salvarnos todos? La paz y la fraternidad en la sociedad argentina no brotarán porque sí, evocadas con una complicidad mitológica.

         En los años ochenta del siglo XIX, cuando se configuraba una sociedad laicista, un puñado de hombres de fe comprendió que no hay política auténticamente humana al margen de la Fe. Fueron superados por el poder masónico que ya se había adueñado del Estado, pero nos dejaron su ejemplo de verdaderos apóstoles: Estrada, Goyena, Pizarro, Achával Rodríguez, son nombres inolvidables. En nuestros días se extiende la confusión posconciliar que desconoce lo que el Vaticano II enseñó en la Constitución Lumen gentium, y en el Decreto Apostolicam actuositatem, acerca de la referencia a Dios de la sociedad civil y política, y del empeño que corresponde a los laicos creyentes. No se trata de soñar con una nueva Cristiandad, sino de dar lugar a la presencia del Dios desconocido “en el cual vivimos, nos movemos, y somos” (Hch 17, 28) La referencia es al discurso de San Pablo en el areópago de Atenas ante filósofos estoicos y epicúreos que, curiosos como eran, lo invitaron a hablar. Les expuso una teodicea, y luego les anunció al Resucitado. Le respondieron ambiguamente que otro día le volverían a oír sobre el asunto. El autor de los Hechos de los Apóstoles apunta que los atenienses no se cansaban de escuchar opiniones de toda índole. Consideraron a Pablo un spermólogos, un “sembrador de palabras”, un charlatán anunciador de divinidades extranjeras, pues les anunciaba a Jesús y a la Anástasis, la Resurrección (Hch 17, 17-34). En aquella oportunidad, el Apóstol ganó a dos personas: a Dionisio el Areopagita, y a una mujer llamada Dámaris.

         Tengo la convicción de que la Iglesia, mejor dicho, la Conferencia Episcopal, en la Argentina de hoy, preocupada por “actualizar” el mensaje, lo priva de su contundencia y eficacia. Pareciera que se avergüenza de hablar católicamente por un prurito democrático, y copia el mensaje de la sociedad política, y de la masonería que asoma desde su submundo. Monseñor Scheinig no sólo “metió la pata”, como él mismo reconoció, sino que perdió una gran oportunidad. ¿A quién iba a hacer creer que viniendo a Luján, y volviendo a sus trapacerías, “hacían Patria”? Nuestra Señora de Luján no ha hablado nunca; está allí en silencio, y espera que alguien interprete ese silencio, y diga lo que hay que decir, lo que deben oír los estoicos y los epicúreos (los políticos argentinos y la turbamulta peronista son más bien epicúreos antes que estoicos).

         La misa kirchnerista fue un manoseo del Sacramento, del Misterio. Los asistentes volvieron a las suyas, y muchísimos fieles quedaron escandalizados, y furiosos, por lo que consideran una manipulación política inaceptable. Detrás de esta disconformidad se encuentra un problema histórico, que alguna vez tendrá que resolverse: la ambigua relación de la Iglesia con el peronismo. La peronización del episcopado cubre con el olvido la índole de ese régimen que profirió amenazas terribles contra la paz y la fraternidad de los argentinos, que incendió las mejores iglesias de Buenos Aires, la sede del socialismo, la Casa Radical, y el Jockey Club, considerado un reducto de la oligarquía. La pérdida causada por semejantes crímenes es incalculable. ¿Cómo olvidarlo merced a un pacto sospechoso? Habría que convencer a los personeros de ese régimen que sigue reinando desde hace más de setenta años que no es verdad, que no puede ser verdad, que “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”. En ese axioma, que no queda en meras palabras, sino que se practica sea el peronismo gobierno u oposición, reside la imposibilidad de la paz y de la hermandad en la sociedad argentina. Más temible todavía es ese hábito cuando se apodera del mito de Luján.

        

 + Héctor Aguer

Arzobispo Emérito de La Plata

 

Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.

Académico de Número de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro.

Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).

Buenos Aires, lunes 19 de septiembre de 2022.-

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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