La Misericordia de Dios (Por Juan Ciccioni)
Dios no se mueve; sin embargo Cristo ¡cuanto se movió buscándonos!

Por Juan Ciccioni
Para Adoración y Liberación
Existen tres parábolas acerca de la Misericordia de Dios que llenan el capítulo XV de San Lucas. La oveja perdida, la dracma perdida y la tercer parábola es la del Hijo Pródigo o Padre Prodigio; es uno de los trozos literarios más estupendos del mundo: nadie ha hecho una narración más concisa, enérgica, viva y plena que esa.
Cristo no solamente llamó a Dios “el Padre, mi Padre, vuestro Padre”, sino que lo describió con un corazón enormemente paterno. Eso si solamente hacia el hijo que vuelve, hacia el pecador arrepentido. Todos somos pecadores con respecto a Dios y todos necesitamos volver a Él primero de todos. Somos nosotros los que tenemos que movernos, Él es inmutable, inmóvil; recordemos que el padre del Hijo Pródigo NO sale a buscar a su hijo.
El sentimentalismo moderno dice otra cosa: “Dios no me puede condenar al infierno porque es Padre”, olvidan que su ira es tan inmensa como su Misericordia, porque Él NO es quien te condenará al infierno si tu no vuelves: eres tú mismo; si resistes Él no forzará tu voluntad. No puede forzar tu voluntad; como ningún padre la de sus hijos; pues en ese caso no sería padre sino tirano.
Dios no se mueve; sin embargo Cristo ¡cuanto se movió buscándonos!
Volver a Dios, la conversión, es el fenómeno fundamental de la vida religiosa. Todo hombre debe convertirse, extraordinaria palabra y significa “volverse” y con significa “todo”; darse vuelta del todo, pero es un camino interior.
De golpe me doy cuenta que voy mal, de golpe veo un nuevo camino, de golpe veo la verdera meta, de golpe veo la miseria en la que estoy sumido, de golpe el corazón dice: basta de inmundicias, y lo sorprendente es que este “de golpe” a veces dura largos años.
La conversión es la reordenación interior con respecto al Último Fin.
Cuantas veces vemos que el pecador huye de Dios y Dios lo sigue, como le ocurrió al poeta Thompson, a causa de una vida desastroza se estrelló contra él “de golpe” y escribió este poema. Su título es “El Lebrel del Cielo”, Dios fue para Thompson un lebrel, que lo alcanzó al fin.
El poema es extenso, solo destacamos unas estrofas.
Le huía noche y día
a través de los arcos de los años,
y le huía a porfía
por entre los tortuosos aledaños
de mi alma, y me cubría
con la niebla del llanto
o con la carcajada, como un manto.
He escalado esperanza,
me he hundido en el abismo deleznable,
para huir de los Pasos que me alcanzan,
persecución sin prisa, imperturbable,
inminencia prevista y sin contraste.
Los oigo resonar… y aún más fuerte
una Voz que me advierte:
“-Todo te deja, porque me dejaste”.
Persecución sin prisa, imperturbable,
majestuosa inminencia. En las veredas
dejan los Pasos que la Voz me hable:
“Nada te hospedará si no me hospedas”