El Perdón (Por Ángel Ortega)
Proclamar que no hay Purgatorio es una de las mayores ofensas que se pueden cometer contra Dios...

Ángel Ortega
Pedir perdón no significa que el Señor tenga a bien eliminar mis faltas sino, y tan importante como lo anterior, pedir también el perdón para los que nos han ofendido.
San Juan, el queridísimo apóstol de Jesús, amado hasta por sus enemigos, que lo dejaron con vida para que escribiera el Libro del Apocalipsis entre rejas, entre insultos, entre el Cielo y la Tierra, nos dejó esta maravillosa perla cultivada con el Amor de Dios y el Amor de Juan hacia los hombres:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Juan 20, 22-23).
¡Cómo sabía que ofender con la negación del perdón era como ofender a Dios!
Primero recibe al Espíritu Santo, dador de vida, donante universal de carismas, para que, lleno con el don del perdón, elimines las culpas de los hermanos que te dañaron en el pasado. Porque si no hay perdón, el pecado no se desata y si hay juicio de él, se pagará la culpa. Así es el Amor de Dios, limpio de culpa y lleno de perdón, de Misericordia.
Proclamar que no hay Purgatorio es una de las mayores ofensas que se pueden cometer contra Dios; si no hay pecado que pagar, de nada vale Su Misericordia, de nada vale el arrepentimiento y el perdón y esto es, precisamente, lo que Satanás proclama con sutileza, a sabiendas de la debilidad del hombre. Así empieza siempre su discurso y así termina el santo camino de muchos que lo siguen y que lo van a seguir.
Cuando nos dejamos llevar por su mentira, el reo se convierte en juez, y el juez se convierte en tirano, de tal forma que quien decide este futuro perdedor se convierte en esclavo del mismo y la sutileza termina en obligación.
La Santa Cruz de Cristo reúne, en ella misma, todo el proceso del pecado porque Él cargó con todas las culpas para enseñarnos, en el duro camino de su agonía, la Gloria de la Salvación.
Cada golpe de martillo nos convirtió a todos en verdugos, cada milímetro hiriente del clavo que atravesó sus carnes entró por la culpa de un pecado, cada gota de Su Divina Sangre la derramaron sus llagas para la redención de la culpa y cada segundo de entierro proclamó, en la feliz espera, su poderosa y eterna Misericordia.
Pecador, culpa, redención y liberación; ésta es la Lógica del Amor, la verdadera Filosofía de vida, el Alfa y la Omega.
Todos, en nuestra búsqueda particular, sintiéndonos cómplices de las culpas y receptores de las gracias, tenemos el deber del Hombre y el haber del Cristo. La ganancia está en equilibrarlas para obtener el premio de la vida eterna.
Pues que así sea, hermanos.