Firma invitada: la conversión de una vedete, y la cruel tiranía de género

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+ Pater Christian Viña

 

Cambaceres, jueves 15 de noviembre de 2018.

San Alberto Magno, Obispo y Doctor de la Iglesia.

 

 

         En nuestra Argentina saqueada e invadida; donde cada vez hay más pobres, más violencia, más promiscuidad y más perversiones, todo está permitido menos disentir con la cruel tiranía de género. Una ex vedete, hoy convertida, y militante provida y profamilia, está siendo literalmente linchada por nefastos personajes de los medios y las redes porque tuvo el atrevimiento, la osadía, y la imperdonable provocación de denunciar el totalitarismo de esa ideología; y recordar lo que la anatomía y la fisiología enseñan sobre el recto y humano uso del ano.

 

 

La Confesión, regalo de Dios para terminar con las rejas del pecado.

 

 

         Probablemente el ejemplo que dio ante las cámaras no fue el mejor. Pero lo cierto es que una catarata de insultos y amenazas de todo tipo cayeron sobre ella. Y, como siempre ocurre en estos casos, los descalificativos fueron ad personam; o sea, recordándole otros tiempos y sus, por entonces, públicos pecados… Como si la propia vida fuese solo una foto, y no una película que, prodigiosamente, con la ayuda de la gracia de Dios, se va desarrollando, con impredecible final. ¿Y en qué queda entonces, la misericordia? Sólo en bonitos discursos, o en situaciones lejanas e inalcanzables…

         Es que la oligarquía mundialista, con claro propósito de control de la natalidad, en guerra declarada contra los pobres, y no contra la pobreza; y la consiguiente búsqueda sistemática de disminuir la población, ha disfrazado la anticultura de la muerte en derechos. Por lo tanto, quiere imponer el derecho al aborto, a la eutanasia, al suicidio asistido, a la legalización de la droga, y a la esterilización de varones y mujeres, entre otras lindezas. Y, por supuesto, cuanta desviación antinatural ande dando vueltas, para tornar infecundos a grupos enteros de individuos; derechos de bragueta, como magistralmente los define Juan Manuel de Prada. Quienes desde la fe y la razón nos oponemos a tamaña reingeniería social somos sistemáticamente tildados, entonces, de antiderechos. O sea, algo así como una lacra nauseabunda a la que hay que perseguir por todo los medios, lícitos e ilícitos, que sean posible…

         No hay un derecho a ser pobres. Pero los dueños del mundo, que están detrás del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, las Naciones Unidas, y cuanto organismo multilateral manejado por la masonería y otras sociedades secretas pulule por ahí, se encargan de generarlos y multiplicarlos. Eso sí, haciéndoles creer que ahora son verdaderamente libres, que pueden hacer con sus cuerpos lo que se les dé la gana, y que así podrán liberarse de todas las opresiones conocidas. ¡Tristísimo espectáculo de una injusticia social pavorosa, llena de los peores esclavos: de aquellos a quienes los convencieron de que son libres!

         La supuesta derecha, y la presunta izquierda –tan enfrentadas en otros tiempos- hoy exhiben su impúdico maridaje; y solo compiten por ver quién obtiene más favores de los mismos amos. Y como la lucha de clases marxista ya no es políticamente correcta, ahora se da la lucha de sexos. Para abortar al macho –como sostienen-, y así generar una sociedad no sin clases, pero sí sin sexos. El viejo non serviam de Satanás, que busca con el pretexto de concluir con el patriarcado eliminar al Padre del que todos venimos…

         El discurso único del poder globalista no admite voces disidentes. Los nuevos agentes de las recicladas Gestapo, o KGB, ejercen la más feroz censura contra todos los que defienden el orden natural, la vida y la familia. Y casi calcados, de país en país, se crean o perfeccionan estructuras opresivas para eliminar toda discrepancia. A cualquier postura auténticamente diferente se la caratula como discurso o crimen de odio; para que nadie se arriesgue a ser enjuiciado por retrógrado, antediluviano, o cosas por el estilo.

         San Agustín, fruto también él de una conversión, supo perfectamente que no hay santo sin pasado ni pecador sin futuro. Y que la gracia de Dios todo lo sana y eleva. Y que en ese encuentro, por el Hijo, entre el hijo y su Padre, surge radiante la verdadera libertad. O sea, la que hace más plena, más cristiana y, por lo tanto, más humana a la persona.

         El mensaje central del cristianismo, único e irrepetible, se fundamenta en el perdón y la reconciliación. Porque cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos (Gal 4, 4 – 5). Hijos adoptivos que nunca conocerán la orfandad; porque ya no somos más esclavos, sino hijos, y por lo tanto herederos por la gracia de Dios (Gal 4, 7).

         Llegué al Sacerdocio luego de una ardua y extensa conversión. Y la sigo experimentando a cada momento, asumiéndome como un pecador en conversión. Y, como cura, no solo soy protagonista de mi propia conversión sino también promotor y testigo de la de una infinidad de hijos, que Dios me manda.

         Experimentar, en carne propia, nuestra condición pecadora, y la reconciliación y el perdón de Cristo nos hace implorar a Dios, cada día, en el Padrenuestro, que perdone nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden (Mt 6, 12). Es que nacimos del perdón, vivimos del perdón, y llegaremos a descansar en el Amor si la muerte nos encuentra perdonando, y pidiendo perdón.

         Esta ideología de género que nos invade es, en consecuencia, un heroico desafío para anunciar, con lucidez y valentía, al Dios de los perdones. Y, para ello, debemos volver a predicar virilmente sobre la gracia y el pecado; los Mandamientos y las Bienaventuranzas; el Cielo y el infierno. Sacudirnos de cualquier complejo, del maldito qué dirán, y de cualquier respeto humano serán imprescindibles para esa epopeya.

         El mismo Jesús nos advirtió que seremos odiados por todos a causa de su Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará (Mt 10, 22). Y esa perseverancia está indefectiblemente unida al perdón. Ofreciéndolo, claro está, también a ese coro vengativo que no perdona, como en el caso de esta ex vedete, a quien tuvo la valentía de abrirse al perdón…

 

 

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2 comentarios
  1. Carlos María Bacaicoa Hualde says

    Los grandes pecadores, suelen ser los mejores conversos.

  2. hope says

    Porque realmente aprecian la Misericordia de Dios.
    La auténtica.
    Yo también he sido de lo peor .
    Y con toda mi alma me importa la salvación de mi prójimo como me importa la mía.
    Prójimo no importa quién sea, que sea, el puesto que ocupe, que se arrepienta, se convierta y se salve.

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