El secular complot contra la Verdad. Por Álex Holgado
¿No hemos sido testigos de un monumental fraude a costa de la salud de millones de personas sin que haya ninguna consecuencia legal ni política?

Por Álex Holgado
Adoración y Liberación
Sabemos que la lectura del pasado responde a presupuestos materialistas y que la Historia es rehén del imperante liberalismo ideológico. Y esto es particularmente gravoso en la interpretación de nuestro agitado siglo XIX. Por eso se eluden y se desconocen episodios como el de la matanza de frailes acaecida en Madrid el 17 de julio de 1834.
En esa infausta fecha “muchedumbres de descontrolados” (en realidad sicarios perfectamente dirigidos), durante ocho horas de metódica carnicería, asaltaron cuatro conventos de la capital y degollaron a decenas de frailes y sacerdotes sin que la autoridad interviniera. Y tan extraña fue la elusión de las fuerzas del orden como después la impunidad de los crímenes: ni una sola persona fue apresada, juzgada o condenada. ¿Cómo se explica semejante tropelía?
Tal y como detalla Alberto Bárcena, profesor de la Universidad CEU San Pablo (Iglesia y Masonería. Las dos ciudades, Ed. San Román, Madrid, 2016), aquel brutal episodio –que se llevó por delante a no menos de 75 religiosos, entre jesuitas, franciscanos, dominicos y mercedarios- fue planeado y ejecutado por las logias masónicas en connivencia con el gobierno moderado de Martínez de la Rosa, él mismo masón de grado 33.
Aun así, el interrogante sigue en el aire: ¿nadie reaccionó a semejante exterminio, que registró cotas de refinada crueldad en los asesinatos? Pues no, nadie movió un dedo durante la matanza ni tampoco después para hacer justicia. Y es que, previo a los hechos, y quisiera subrayarlo, los peones de la Masonería infiltrados en distintos puestos de influencia, se encargaron de difundir el bulo de que la epidemia de cólera que entonces diezmaba a la población madrileña tenía su origen en un supuesto envenenamiento de las aguas por parte de las órdenes religiosas. La Iglesia, en este delirante relato, estaría pagando a niños e indigentes para que contaminaran el agua de las fuentes y los cántaros que acarreaban los aguadores para debilitar a la resistencia al carlismo.
De manera que el ambiente era propicio para una represalia y para que todos se pusieran de perfil, como así fue. El éxito de la matanza y del posterior saqueo (se calcula que el botín ascendió a varios millones de reales), además, favoreció similares progromos en otras ciudades españolas, como la de por sí anticlerical Barcelona, y la posterior desamortización de los bienes eclesiásticos en 1836. La Masonería jugó la carta del infundio y del miedo a la enfermedad para alcanzar sus aviesos intereses.
Y algo muy similar aconteció cien años después, en mayo de 1936, cuando, en el caótico ambiente prerrevolucionario del Madrid previo al alzamiento, se desata el rumor de que muchos niños están enfermando víctimas de un envenenamiento producido por caramelos que reparten personas cercanas a la Iglesia. El rumor va tomando fuerza, y en algunas barriadas populares grupos incontrolados (otra vez…) agreden y hieren de gravedad a eclesiásticos y feligreses e incendian diversos edificios propiedad de la Iglesia. Tampoco hubo detenidos.
¿No les resulta familiar este macabro modus operandi? ¿No ha sido por medio de una planificada campaña mediática de alarma sanitaria como se ha justificado -y hasta secundado popularmente- la supresión de derechos y libertades fundamentales, el asesinato incruento de la ciudadanía crítica? ¿No hemos sido testigos de un monumental fraude a costa de la salud de millones de personas sin que haya ninguna consecuencia legal ni política?
La significativa diferencia que llama la atención para los despistados de estos tiempos apocalípticos es que ahora la “Iglesia” se ha alineado con las élites financieras masónicas. La iglesia bergogliana no es un enemigo del nuevo orden mundial, sino uno de sus principales valedores. La víctima, eso sí, sigue siendo la misma: la verdad. Por eso, seguir formando parte de la impostura acudiendo a los templos como si nada sucediera significa colaborar con el padre de la mentira y sus secuaces.
Pero éste es otro tema.