El arrepentimiento. Por Juan Cicconi
Lo que un hombre cualquiera comporta de demoníaco es que en el fondo no puede reconocerse en el arrepentimiento.

Por Juan Cicconi
Para Adoración y Liberación
El Arrepentimiento 12-3-2021
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Lo que un hombre cualquiera comporta de demoníaco es que en el fondo no puede reconocerse en el arrepentimiento. Y en el punto extremo de la realidad la relación se vuelve dialéctica, y sería posible que la dialéctica llegara a más, disolviéndose en la nada, hombres que no existen en sí mismos y en una conciencia manchada viven desesperándose para el arrepentimiento.
Aunque el hombre al que nos referimos ha llegado con medios inocentes a limpiar la culpa, debe recurrir al engaño y todo contribuye a que sea más espantosa la culpa para sí mismo.
Y si cree que exteriormente ha vencido, en realidad ha sido derrotado, vive en un completo engaño y esto precisamente arroja luz sobre el sentimiento religioso, el cual viene de la realidad.
Consideremos que si la realidad no ha sido capaz de aniquilar al individuo, y puesto que él sucumbe por su culpa, lo religioso aparecerá más claro. Lo cómico no es que él sea jactancioso, sino que él sucumbe por su culpa en la realidad de la crisis que atraviesa, y una de las tareas de la estética es manifestar toda su nulidad a alguien que se imagina ser algo.
Tengamos presente que si este hombre va a sucumbir no es a manos de la realidad, sino a las de Dios.
Dios se ocupa de todos los hombres y equipa a cada individualidad de fuerzas extraordinarias con relación a la realidad, “pero” dice Dios:“ a fin de que no cause demasiados daños ligo esta fuerza con la melancolía; solo entonces me comprenderá, pero tendrá también la certidumbre de que es a Mí a quién comprende”.
El arrepentimiento puede tomar la forma de dialéctica porque la cosa de la cual tendrá que arrepentirse un hombre culpable está aún como indecisa y por eso no puede encontrar reposo en el arrepentimiento.
Consideremos un ejemplo de arrepentimiento dialéctico. David ha decidido matar a Urias, hombre noble y justo, para que de esta manera pérfida poseer a Betsabee, mujer de Urias.
David solo se arrepiente cuando el profeta Natán, enviado de Dios, le anuncia las desgracias y los castigos que sobrevendrán a él, su familia y al reino, lo cuales no serán remitidos. Ver: II libros de los Reyes capítulo XI y XII.
Sin embargo el odio consume a David, ver salmo 138, 19-21 y 22.
Olvidar la falta es un nuevo pecado y esto es lo que tiene de demoníaco ceder en la posibilidad y borrar completamente el arrepentimiento, y esta es la dificultad: aferrarse firmemente a la falta y orgulloso y exultado enterrarse en el olvido para procurarse alivio.
Por supuesto que semejante dialéctica, íntima y monótona, casi no se nota cuando todo pasa tan tranquilamente, tan demoníacamente.
Los actos interiores representan esencialmente un sufrimiento y en consecuencia la suprema acción de un ser humano es arrepentirse. Pero arrepentirse no es un movimiento positivo hacia el exterior, sino un movimiento negativo interior.
Existen tres esferas o planos: el estético, el ético y el religioso; el plano ético no es más que una transición y por eso su expresión suprema es el arrepentimiento. El plano estético es el de la inmediación, el plano ético el de la exigencia, exigencia tan infinita que el individuo va fatalmente a la quiebra; el plano religioso es el de la realización.
Por ello nada de asombroso es que se tema al arrepentimiento, porque comienza de algo pequeño, reconocer la culpa, y va tomando completamente al individuo.
Recordemos que si el arrepentimiento vuelve hacia el pasado podemos encontrar que todo se sacude, todo queda derribado, por eso el arrepentimiento es una potencia infinitamente fulminante.
¿Cuántas miserias hay en querer arrepentirse de un acto particular, o en fingir haberlo hecho y buscar ser creído?, pero esto prueba suficientemente que el que se decide a ello no tiene idea alguna del sentido del arrepentimiento.
Una falta por pequeña que sea pesa sobre la conciencia y no se puede cruzar infatigablemente la vida con la idea de: No lamentarse de nada, o No arrepentirse de nada, sin descubrir que se va empeorando todavía más la enfermedad.
La enfermedad no es exterior, sino interior al volverse un blasfemo y rebelde contra la sabiduría divina. ¿Quién está a salvo de la desgracia, quién puede salvarse del pecado con ayuda de la ignorancia?
En el mundo espiritual no es imposible encontrar hombres que con audacia en la lengua quieren volver razonable la sabiduría, sin considerar que la cosa más terrible es estar en el error.
Estamos lejos de adelantar un solo paso a menos que reconociendo la culpa y sufriendo se alcance el arrepentimiento, con riesgo de nuestra vida y a costa de esfuerzos extremos adquirir penosamente lo que a otros inconscientemente no les interesa y que además siguen durmiendo.
Por ello Jesucristo comienza su predicación con estas palabras: “Arrepentíos porque el reino de los cielos está cerca”, Mateo 4,17. Exactamente, donde las había dejado San Juan Bautista, Mateo 3,2.
¡Sí! Arrepentíos; no sea que nos terminen llamando raza de víboras.
Nota:
El espanto viene por medio de la desesperación y la angustia, los cuales se manifiestan en la pena, la tristeza y el dolor; y sofocan el alma humana en la culpa.