LOS TIEMPOS DEL ANTICRISTO (XII) Las formas del Anticristo, hoy. Por Daniel Ponce Alegre
Ha llegado a su fin esta Serie de doce artículos titulada: Los Tiempos del Anticristo.

Los Tiempos del Anticristo (XII)
Las formas del Anticristo, hoy.
Daniel Ponce Alegre
Teólogo – Pontificio Instituto Bíblico y Oriental
Ha llegado a su fin esta Serie de doce artículos titulada: Los Tiempos del Anticristo.
Desde hace unos meses era nuestra intención en el Digital ”Adoración y Liberación” que este último artículo se publicara entre el Tiempo Litúrgico del Adviento – Navidad, y así ha sido A.M.D.G.
El motivo de esta planificación, a la hora de redactar y publicar la Serie, es eminentemente simbólico:
El Anticristo, y todos aquellos que lo conforman en carne y espíritu, aún no siendo material (como Satanás no lo es) anhela ser como Jesucristo, y que esperemos su advenimiento y también su nacimiento y reinado; en definitiva, espera ocupar el lugar de Dios como Soberano y el de Su Ungido como Elegido.
Los principios o criterios de análisis que el lector ha de tener presente para reconocer al Anticristo y sus manifestaciones materiales o ideológicas, ya sean políticas o académicas, son estos que hemos mencionado, y en los que a lo largo de la Serie hemos profundizado.
En el momento en que dio comienzo el S.XX, el Papa San Pío X escribía la Encíclica, E supremi apostolatus (1903) y decía:
”Ahora, en todo el mundo se promueve y fomenta contra Dios… De todas partes se eleva la voz de quienes atacan a Dios. Por eso, en la mayoría, se ha extinguido el temor al Dios Eterno y no se tiene en cuenta la Ley de Su Poder Supremo en las costumbres, ni en público ni en privado; aún más, se lucha con denodado esfuerzo, y con todo tipo de maquinaciones, para arrancar de raíz incluso el mismo recuerdo y noción de Dios… Esta perversión es como el prólogo de los males que debemos esperar en el fin de los tiempos. Ya habita en este mundo el hijo de la perdición”.
Estas palabras admirables del Santo Papa Pío son a su vez, sin duda alguna, proféticas y aleccionadoras para todos y cada uno de nosotros pues nos llevan a conversión de vida y a mayor paz respecto al presente.
La falsa sensación de ”paz y seguridad” en el mundo, tras el final de las dos guerras mundiales y la ”desaparición” de los totalitarismos ateos ha hecho creer a algunos que los tiempos sobre los que advirtió Jesucristo, Nuestro Señor, y sus Apóstoles, no vendrían, pero se estaban larvando e incubando para manifestarse en toda su visibilidad con este proyecto llamado Nuevo Orden Mundial, al que ya se apuntaba desde la misma creación de la Sociedad de Naciones, ahora ONU.
Los cristianos sabemos que nuestra verdadera lucha siempre ha sido ”no contra carne y sangre sino contra los Principados, contra las Potestades y Dominaciones de este mundo tenebroso, contra los espíritus del Mal que están en las alturas”. Debemos ser cuidadosos con nuestras armas espirituales (oración, eucaristia, doctrina, penitencia y apostolado) y no convertirnos en quintacolumnistas o desmotivadores de la Santa Milicia Cruzada a la que siempre estamos llamados ”en tiempo de paz y de guerra” y mucho más ahora.
El fermento ateo y materialista, ya sea estatalista y etnicista o indigenista, que se originó a finales del S.XIX y principios del XX sigue aún operativo y en su máxima expresión materialista, paganizante y espiritualista, siendo manifestaciones de esto la vuelta a los modelos laicistas o etnicistas de Estado-Partido y Estado-Pueblo como formas más manejables del Proyecto Político Globalista, en el que no sólo los Estados han de desparecer o quedar muy diluídos sino en que los pueblos y sus tradiciones han de quedar absorbidas por el multiculturalismo y ”ecumenismo” racial o étnico y los seres humanos, varón y mujer, también han de ser ”recreados” en un Nuevo Hombre que ya no será humano sino transhumano hacia lo digital o virtual, es decir, la inexistencia, la mentira y la muerte; como nos mintió el Padre de la Mentira cuando nos dijo: ”Si coméis (si os inoculáis o conectáis) seréis como Dios y no moriréis”.
Debemos reconocer como cristianos que hay una resistencia a Cristo mayor que la que ofrece el mundo, y ésta es la que ofrecemos nosotros mismos al asumir determinadas formas de laicismo camufladas pérfidamente como tolerancia, es lo que se denomina secularismo, y éste opera dentro de la Iglesia muy especialmente tras el Concilio Vaticano II y la denominada ”mentalidad laical” opuesta al Orden de Dios.
Fruto de la mentalidad laicista, y de la confusión que algunos pérfidos siembran dentro de la Iglesia, está el relativismo que hoy está tan arraigado en las conciencias bajo la apariencia de ”las múltiples verdades” y de los muchos caminos al mismo lugar, incluso al Padre, con lo que se ha dado carta de verdad absoluta al llamado ecumenismo que es, en realidad, multiconfesionalidad igualitaria y relativista.
Esta actitud no sólo es contraria a la lógica de que los opuestos no pueden ser iguales o lo mismo sino que se Opone a Jesucristo como Único Camino, Verdad y Vida.
En este sentido, la Congregación para la Doctrina de la Fe, en la Declaración Dominus Iesus, dice:
”El Señor Jesús, único Salvador, no formó una simple comunidad de discípulos, sino que constituyó la Iglesia como misterio salvífico: Él está en la Iglesia y la Iglesia en Él. Con estas claras premisas es evidente el lugar de las otras religiones o fundadores con respecto a Jesucristo y Su Iglesia.
Como conclusión de este artículo, y de toda la Serie sobre Los Tiempos del Anticristo, planteamos la pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué el Señor, en su voluntad salvífica, permite esta oposición tan radical y efectiva con la Iglesia y Su Amado Pueblo?
En primer lugar, silencio. Escuchamos el mismo silencio que Él sostuvo ante los acusadores y que Él mismo tuvo que sostener en la Cruz ante Su Padre y Padre Nuestro.
También escuchamos el silencio de María en el momento del ”Fiat voluntas Tua” al Ángel de Dios.
También el silencio ante su hijo crucificado.
Ante la perspectiva inminente de la Pasión, el silencio es la mayor muestra de Sabiduría y Fe.
Este silencio y los padecimientos completan en nosotros, la Iglesia, los padecimientos de Cristo, Cabeza.
En Él y en sus padecimientos seremos finalmente ”una sola carne” y un solo espíritu vivo por siempre. Debemos soportar esta prueba final y a la vez, por amor a Dios, esperar el juicio a los inicuos impenitentes.
Además del Silencio de Dios, la comprensión plena de estos acontecimientos finales, basada en el estudio y meditación del Magisterio de la Iglesia y de la propia Historia de la Humanidad, nos ayudarán.
Es posible entender, desde un punto de vista lógico, que la balanza desequilibrada por el pecado ha de ser equilibrada por un Acto de Justicia que es el Sacrificio de Cristo y, en Él, el nuestro como Iglesia y fieles.
Es el Acto Justo que nos une esponsalmente y por siempre a la Cabeza, Jesucristo.
Mientras tanto, mientras esperamos el Retorno del Rey, qué nos queda:
Duc in Altum !
¡ Mar adentro ! Pues en el mar adentro del apostolado y la oración estaremos bajo sus manos y alejados del riesgo de acabar despeñados en las rocas de este mundo del Anticristo.
¿Qué más decir?
Laudetur Iesuschristus Rex !
Ave Maria Purissima !