Jesús jamás nos abandona. Por Andrea Serrano (Corresponsal en México)

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Por Andrea Serrano

Corresponsal AyL México

 

 

¡Jesús es nuestro centro de vida a pesar de toda adversidad!

Podemos comprender como Dios acompaña a sus hijos en distintos momentos que nos podemos encontrar en nuestro camino de vida, hay momentos de bendición en donde tenemos la certeza de Dios con nosotros, pero hay momentos de dificultad en los que aumenta la desesperación, aún así Dios siempre está presente.

Cuando nosotros hablamos con Dios nuestra oración es siempre escuchada por Él.

Podemos vivir momentos difíciles pero siempre teniendo la confianza que Jesús es nuestro pastor.
En la vida tendremos momentos espirituales de gracia y bendición en donde podemos vivir con paz en el corazón y momentos también en donde Dios nos propicia aliento en nuestro ser, ese aliento que El nos da produce paz interior.

¡Dios está con nosotros!

La presencia de Dios es real, la presencia del Señor nos produce tranquilidad incluso en tormentas en nuestro entorno o en las tribulaciones porque Él hace que alcancemos la paz.

Jesús es la luz del mundo aquel que siga a Jesús no camina en la oscuridad.

La luz que Dios nos da es a través de su vida misma, su forma de vivir planifica nuestra forma de comprender, Él viene a enseñar cómo debemos vivir, cómo debe ser el camino profundo y creciente con nuestro Padre Dios.

Todo hijo de Dios está en los brazos del Señor protegido por su amor hasta desbordarse de la presencia de Dios, por lo tanto no tenemos que vivir con miedo ante ninguna circunstancia porque Dios está con nosotros; tenemos la certeza de Él en nuestro camino.

Jesús nos lleva a vivir con Fe y con confianza ya que si El está con nosotros no nos puede tocar ni siquiera el mal porque si el mal nos da miedo entonces estamos creyendo que el mal puede más que Dios y no es así, la palabra de Dios nos permite hacernos saber que Él está con nosotros .

Permitamos a Jesús enseñarnos sobre el camino que debemos seguir,  sobre su bondad que debemos creer, sobre la vida que debemos vivir, pidamos siempre nos ilumine en nuestros pasos para seguir avanzando porque Él siempre está con nosotros.

Queridos hermanos, los invito a leer el Salmo 23 en momentos de angustia y verán que el Señor junto con una vida de oración y conversión les dará la valentía para seguir adelante.

Duc in altum.

¡Viva Cristo Rey!

 

 

 

 

 

 


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1 comentario
  1. Alberto Ramón Althaus says

    Desde la fe no es necesario sentir nada para estar en gracia.
    Según la mística los católicos principiantes y hasta los remisos tienden a tener sentimientos y a sentir la gracia, es decir, Dios se nos manifiesta con ciertas sensaciones de satisfacción y de felicidad imperfectas pero esas sensaciones no son Dios y no son la gracia o el organismo sobrenatural de la gracia pero se nos permiten estas sensaciones para perseverar y fortalecer la fe, la esperanza y el amor y para ayudarnos a pasar a una vida más comprometida con Dios.
    Cuando pasamos a la vida de los aprovechados o proficientes, desde la mística, tenemos que pasar por la noche oscura de los sentidos, según San Juan de la Cruz, en que estas sensaciones gratificantes nos son retiradas para que sepamos que ellas no son Dios y no son la gracia.
    Dios es inmaterial y no puede ser sentido materialmente ni se vincula con las pasiones o sentimientos sino con las potencias superiores del alma que son la voluntad y la inteligencia.
    Esa aridez de los sentidos o noche oscura de los sentidos se da si el católico aprovechado o proficiente persevera y aumenta su caridad, es una prueba y, a la vez, la única forma de acercarse al conocimiento experiencial de Dios sino se queda uno en católico remiso o principiante.
    “Quiero ser santo pero todavía no, déjame pecar” dice el católico remiso.
    De allí que hay que pasar por ciertas pruebas y desarrollar el amor para crecer en santidad. Dios nos prueba.
    Es decir, que sentirse de una forma o de otra no nos indica nada de nuestra vida espiritual o de la ajena sino que son las “deliberadas” acciones, pensamientos, palabras y omisiones como frutos los que nos van indicando quienes somos, por los frutos nos conocemos y nos conocen.
    Pero para llegar a profundizar más nuestra santidad y nuestro amor tenemos que pasar, también, por una noche oscura del espíritu en la cuál se sufre y se van quemando las culpas propias y ajenas con el sufrimiento y haciendo méritos y por esta vía se llega a la unión transformante o a la condición de santo y católico perfecto aunque se siguen cometiendo algunos pecados veniales pero.no de manera deliberada.
    Es como si la felicidad imperfecta de este mundo y sus creaturas debiera ser dejada de lado y quemada junto con los pecados por el sufrimiento para que busquemos sólo la felicidad perfecta que está en la eternidad, Dios es la eternidad, y no podemos tomarla, o sea, no se pueden hacer méritos suficientes para adquirirla por lo natural y lo sobrenatural en la vida terrena sino que aunque ello sea necesario no es suficiente sino que también es necesario esperar y perseverar y sólo es suficiente (sin rechazar la colaboración del hombre en la obra de salvación y, con ello, sin suprimir con la gracia la naturaleza humana) la voluntad de Dios de darse a nosotros gratuita, misericordiosa y amorosamente para que nuestra unión en Él sea más perfecta.
    Porque si nos atamos al mundo no podemos amar a Dios sobre todas las cosas, si nos atamos a la vida terrena y a su felicidad imperfecta nunca llegaremos a amar al Camino, la Verdad y la Vida sobre todas las cosas.
    Y si ponemos todo nuestro ser en la búsqueda de los consuelos y sentimientos no llegaremos a un trato experiencial con Dios porque Dios no está en los consuelos o en los sentimientos sino que eso es humano y no divino.
    Pero, por otra parte Dios, se nos da sin merecerlo (lo que no implica sin méritos), no es nuestro amor suficiente para merecer a Dios sino que debemos esperar en Dios, a que Dios nos eleve por medio de esas noches primero de los sentidos y segundo del espíritu y, en esta última, nosotros seremos más pasivos que activos porque por los dones del Espíritu Santo (aunque los mismos suponen las virtudes naturales y sobrenaturales) somos movidos y nos dejamos mover por Dios y así por los dones de inteligencia y sabiduría que dependen de la voluntad divina y muy poco de la humana somos llamados a alcanzar la unión transformante.
    De nosotros necesita que no nos propongamos intervenir en la moción de estos dones del Espíritu Santo pretendiendo ser nosotros los que nos movemos hacia Dios y no Dios quién nos mueve hacia Él y cayendo en el pecado de querer tomar por asalto el Cielo, un pecado de soberbia y presunción.
    Entonces, hay que enseñar todo y no una parte, lo que el hombre quiere escuchar del catolicismo y lo que no quiere escuchar del catolicismo, también.
    Enseñar la mitad no es católico, por las verdades a medias entran las herejías.
    Si alguien enseña la felicidad imperfecta en este mundo, por ejemplo, de saber que nunca jamás Jesucristo nos abandona, nosotros debemos también agregar la felicidad perfecta a la que sólo podemos acceder si aceptamos ser probados por Dios y sufrir y, hasta cierto punto ser abandonados, para decir, “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. Las dos cosas son ciertas y necesarias.
    Si alguno enseña la confianza en Dios, tenemos que enseñar el temor a Dios como uno de los dones del Espíritu Santo para que no se caiga en el pecado de la presunción de creer que ya estamos salvados o que la salvación es fácil, pecado tan grave como el opuesto que es la desesperanza.
    Si se enseña desde una juventud la esperanza porque la juventud tiene mucho futuro debemos enseñar desde la vejez la perseverancia que nos hace joven, desde el acercamiento a la eternidad, porque Dios es más joven que todo lo creado.
    Pero ni aún así se puede enseñar todo pero se intenta y es bueno el intento de confesar nuestra fe.

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