El ladrón nocturno. Por Jorge Alberto Vásquez
¿Por qué la Parusía del Señor Jesús se compara con la venida de un ladrón nocturno?

¿Por qué la Parusía del Señor Jesús se compara con la venida de un ladrón nocturno? Diversos son los textos de la Escritura que nos ofrecen este símil, que no puede ser, en mi concepto, una simple figura retórica: contendría el significado intrínseco de que el Señor Jesús vendrá con sus ángeles a robar a los elegidos, es decir, a reunirlos (cf. Mt 24, 29-31) para llevárselos a la Jerusalén celeste. En efecto, este es el oficio del ladrón: robar, acción que habitualmente se realiza de manera subrepticia. Pero no se roba nada si no le pertenece a otro. Desde la caída de Adán y Eva, la humanidad ha quedado esclava de Satanás y sometida a su dominio, con todos los matices del sufrimiento: la enfermedad, la fatiga, la tristeza, la vejez y la muerte, a menos que su corazón tenga un único dueño: el Redentor, a quien, si le es fiel, espera como un tesoro del alma. En todo caso, es un robo legítimo, no pecaminoso: las criaturas de Dios le pertenecen al Alfa y la Omega. Es la suprema reivindicación contra la usurpación del Maligno.
Unas veces el ladrón se identifica con el gran día del Señor; otras veces, con el Señor en su gran día. Parece una metonimia con que se quiere expresar lo mismo: la Parusía de Jesucristo será sorpresiva, en particular para aquellos que no la esperen y sobre todo para los impíos (cf. 2 Pe 3, 5-7). Veamos: «vosotros mismos sabéis muy bien que el día del Señor vendrá como un ladrón en la noche. Así, pues, cuando clamen: “Paz y seguridad”, entonces, de repente, se precipitará sobre ellos la ruina —como los dolores de parto de la que está encinta—, sin que puedan escapar. Pero vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, de modo que ese día os sorprenda como un ladrón; pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino estemos en vela y mantengámonos sobrios» (1 Tes 5, 2-6). Estar velando presupone esperar la Parusía, así como aquellas vírgenes prudentes aguardan al esposo (cf. Mt 25, 1-13). También está escrito: «Pero como un ladrón llegará el día del Señor. Entonces pasarán los cielos con gran estruendo, y los elementos se disolverán para ser quemados, y la tierra y las obras que hay en ella no serán más halladas» (2 Pe 3, 10).
Por otro lado, leemos: «Acuérdate, por tanto, de cómo has recibido y oído la palabra, guárdala y arrepiéntete; porque si no estás vigilante, vendré como un ladrón, sin que sepas a qué hora vendré a ti» (Ap 3, 3). El que verdaderamente vigila no sentirá la Parusía del Señor Jesús como la venida intempestiva del ladrón nocturno, pues se habrá preparado para la ocasión gracias a las señales. Aunque esté siempre vigilante, ya sabrá que Él vendrá como tal. «Mirad que vengo como un ladrón. Bienaventurado el que esté vigilante y guarde sus vestidos, para no andar desnudo y que le vean sus vergüenzas» (Ap 16, 15). Alusión al pecado de Adán y Eva, que se avergonzaron de estar desnudos ante Dios. Aquí se indica que para ser bienaventurado será preciso no estar en pecado mortal, sino ser vigilante, conservando la palabra y arrepintiéndose. «Y ahora, hijos míos, permaneced en Él para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no quedemos avergonzados lejos de Él en su venida» (1 Jn 2, 28).
Por último, encontramos esta advertencia del Señor Jesús: «Sabed esto: si el dueño de la casa conociera a qué hora va a llegar el ladrón, no permitiría que se horadase su casa. Vosotros estad también preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre» (Lc 12, 39-40). Si no nos preparamos para la Parusía, sino que vivimos conforme al mundo, el demonio y la carne, persistiendo en el pecado mortal, olvidándonos de Dios e incluso cayendo en la apostasía, la venida del Señor Jesús, el buen ladrón nocturno, será tan calamitosa que equivaldrá al hecho de ser horadada la casa para nuestra ruina. Quiera Dios que la casa, imagen de nuestro cuerpo, sea un templo del Espíritu Santo, para que seamos elegidos en el gran acontecimiento de su segunda venida gloriosa con sus ángeles.
No sobra puntualizar que el Señor Jesús robará de noche, cuando haya pasado la hora más tenebrosa para su Iglesia: la gran tribulación (cf. Mt 24, 29-31), a fin de destruir el reino satánico del Anticristo (cf. 2 Tes 2, 8). ¿Qué quita que «aquella noche» (Lc 17, 34) sea también un momento extraordinario de oscuridad global?