28 de agosto: San Agustín, Padre y Doctor de la Iglesia (354-430)
Pasó los últimos diez días de su vida a solas con Dios, en el más absoluto silencio, saboreando de antemano los deleites de la bienaventurada eternidad.

AyL Redacción
San Agustín es uno de los mayores genios que han aparecido sobre la tierra y uno de los más grandes Santos con los que Dios ha adornado Su Iglesia. Monje, pontífice, orador, escritor, filósofo, teólogo, intérprete de la Sagrada Escritura, hombre de oración y hombre de celo, es una de las figuras más completas que se puedan imaginar. Lo que es más admirable es que Dios sacó a este hombre extraordinario del profundo fango del vicio para elevarlo casi tan alto como un hombre puede alcanzar; es precisamente de él de quien podemos decir: “¡Dios es maravilloso en sus santos!”
Agustín nació en Tagaste, en África, en el año 354, y si recibió de su santa madre Mónica las lecciones y ejemplos de virtud, los ejemplos más deplorables los recibió de un padre infeliz, que sólo se convierte en el momento de muerte. A la historia de los vagabundeos del corazón del joven y brillante estudiante se une la historia de los extraños vagabundeos de su mente; pero finalmente, gracias a treinta años de lágrimas derramadas por su madre, Dios hizo brillar invencibles ante los ojos de Agustín los esplendores de la verdad y las únicas bellezas verdaderas de la virtud, y el hijo pródigo se entregó enteramente a Dios: “El hijo de tantas lágrimas no puede ¡perecer!” había dicho un venerable sacerdote a la desolada madre. Palabra profética, que contiene grandes enseñanzas para las muchas Moniques de los agustinos modernos.
Fue en Milán, bajo la influencia de Ambrosio, donde Agustín recobró el sentido. La voz del Cielo lo llamó de regreso a África donde, en un retiro laborioso y tranquilo, con algunos amigos que habían regresado con él a Dios, se preparó para los grandes destinos que le esperaban.
Agustín sólo aceptó el obispado de Hipona con lágrimas, porque su pecado estaba siempre ante sus ojos y la humildad era la gran virtud de su nueva vida. Fue el martillo de todas las herejías de su tiempo; sus innumerables obras son uno de los más espléndidos monumentos de la inteligencia humana iluminada por la fe, y siguen siendo fuente obligatoria de todos los estudios teológicos y filosóficos.
Si los escritos de Agustín son admirables por su ciencia, no lo son menos por el soplo de caridad que los anima; ningún corazón fue más tierno que el suyo, nadie más compasivo con las desgracias ajenas, nadie más sensible a los desastres del país, nadie más tocado por los intereses de Dios, de la Iglesia y de las almas. Pasó los últimos diez días de su vida a solas con Dios, en el más absoluto silencio, saboreando de antemano los deleites de la bienaventurada eternidad.