En defensa de la infancia. Por Luis Miguel Benito de Benito
No sin gran dolor pero por exigencia del deber me veo en la obligación de advertir del daño que se está provocando. Comprendo que Jonás diese media vuelta y no quisiese ir a Nínive...


En Roma se han acuñado monedas (tributos) animando a poner a los niños inyecciones innecesarias. Monedas conmemorativas, conmemorativas de la iniquidad, para que quede patente por los siglos que un día estuvo “la abominación donde no debe” (Vuelve a ser Mateo 24, 15, está sembrado hoy).
La ciencia ya ha dejado patente que los niños no han tenido problemas con el COVID y los están teniendo, y muchos, con los pinchazos. Lo mismo se está viendo en los soldados y miembros de las fuerzas de seguridad: se está minando, carcomiendo su naturaleza.
Estas vacunas no han venido a proteger de nada y están creando una pandemia de tullidos y enfermos que no sabemos cómo afrontar desde la medicina asistencial. Comentando los datos de sobremortalidad que se registra, de esa mortalidad excesiva, inesperada e inexplicada, un colega me decía macabramente que cuantos más se mueran directamente menos tendremos que atender. Es la cultura de la desesperación, del miedo y la confusión.
¿Por qué la Santa Sede sigue las mismas directrices de los organismos internacionales que buscan fomentar el aborto, la eutanasia y la muerte a la infancia? Maledictus qui facit opus domini fraudulenter (Jeremías 48, 10): ¡Maldito el que hace la obra de Dios con fraude!
En estos momentos de falta de pastores, de rebaño ciego, de ovejas sin pastor, recuperemos la plegaria tradicional de la Iglesia de la letanía de todos los santos con la que acabo este artículo: Ut inimicos sanctae Ecclesiae humiliare digneris, Te rogamus, audi nos. Para que te dignes humillar a los enemigos de la Iglesia, es un ruego que, en atención a la infancia, no va a ser desoído.