El Discernimiento…
"Cuando el ser humano se encuentra en estrés espiritual, ocurre algo parecido a cuando nos sentimos acorralados y sacamos fuerzas de donde no las hay. La incógnita tiene nombre, el alma, la ecuación tiene solución, el espíritu y el álgebra del católico, el medio, la oración"

Por Ángel Ortega
Adoración y Liberación
Si tuviéramos en nuestras manos el futuro inmediato del mundo, sólo habría una manera de asegurar que íbamos a escoger la mejor opción.
Cuando el ser humano se encuentra en estrés espiritual, ocurre algo parecido a cuando nos sentimos acorralados y sacamos fuerzas de donde no las hay. La incógnita tiene nombre, el alma, la ecuación tiene solución, el espíritu y el álgebra del católico, el medio, la oración.
El cálculo debe de hacerse con la prisa que, en estos tiempos, requiere el evento, no hay tiempo que perder. “Inclina tu oído hacia mí; ven aprisa a librarme, sé la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame”. (Salmo 30, 3-4)
Si despejo la variable, que es como se resuelve en el mundano método empírico, obtendré el resultado esperado, pero, seguramente, no el deseado. Porque eso es lo que todos quieren conseguir como solución al problema, lo fácil, lo “seguro”, lo evidente, aunque lo correcto muchas veces no es lo esperado y a éste se le hace pasar por aquel, sin importar sentimiento alguno, sólo el éxito vacío de amor y sombrío y lleno de orgullosa satisfacción.
Porque “nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos”. (Salmo 122, 4)
Buscar dentro del alma la solución física del ser es como intentar arreglar con las manos una ofensa en el espíritu.
Se habla y se escucha utilizando la misma plataforma, la esencia visible o la invisible, pero no ambas.
Por eso, la mejor de las respuestas es aquella que tiene su origen planteado bajo el mismo formato que la esencia de la pregunta. Si habla el espíritu, el espíritu recibirá. Si el cuerpo es quien emite, el cuerpo decidirá. No hay que pretender obtener un resultado más allá del formalismo que se haya utilizado.
El gran problema del Mundo es precisamente el que aquí se ha planteado; lejos de encontrar la solución por el mismo camino por donde se busca, se termina por ocultar la verdad, tapándola a la vista de este mundo que se hace fácilmente crédulo. Y casi todos se conforman con el engaño. Dicen amén pero no “así sea”.
Porque el resultado está escrito con la misma tinta que el mundo utiliza. No se profundiza, y, ante la mediocridad del hombre, casi siempre el proceso termina mal. Digamos que donde termina la carne, empieza la esencia de Dios. La primera transmite espacio y tiempo; la segunda eternidad, es decir, son incompatibles.
Cuando el ser humano se aleja de lo invisible, recupera su identidad carnal, que, por sí misma, no lo hace útil a Dios, sino a los hombres.
Si se busca conectar con Él, el medio no puede ser visible porque el Eterno tampoco lo es, ni siquiera nuestro pensamiento está a la altura del proceso. Tan sólo hay una parte que nos fue dada directamente de Él, el espíritu, sol de nuestra sombra, antena del cielo, fortaleza de nuestra debilidad y riqueza de nuestra miseria.
La única opción que nos puede dar la divina solución al futuro inmediato, que comparte la ecuación de nuestro presente, es a través del don del discernimiento. Puestos en armónica oración, dispuestos como una flor a su abeja, habla el espíritu y Dios lo escucha, siempre lo escucha. Hasta que Él le habla, le responde y, en su plenitud, llena nuestro vacío, que no ocupa lugar pero se convierte en Cielo hasta sentir, por un momento, la eternidad. Es en ese divino momento, cuando cuerpo, alma y espíritu, unidos, más se parecen a lo que será nuestra gloria, todo al servicio de Dios.
Pedid y se os dará, dice el Señor. Tan sólo hay un lenguaje disponible y un camino seguro para llegar a Él.
Lo hagamos como lo hagamos, pidamos siempre ese maravilloso don que nos hace, por un momento, invisibles al mundo y receptores del bien que emana de la fuente que nunca se agota.
Discernir es llenar de divino encuentro nuestra debilidad y convertir nuestra fe en testigo de vida. Dios nos otorgue lo que cada uno necesite para vivir en Él y con Él ese extraordinario momento.