Los benditos de los últimos tiempos (Cap. II) DON MINUTELLA, EL LEÓN DE LA FE APOSTÓLICA

Por Álex Holgado

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Los benditos del fin de los tiempos

 

Álex Holgado

Adoración y Liberación

 

 

 

Por: Álex Holgado

Para poder llegar a la verdad, dice san Agustín, es preciso que previamente el corazón se haya purificado con la fe. No existe posibilidad de verdad sin la Verdad primera, de la que emana todo lo cierto.

El católico actual vive en un aterrador cúmulo de tinieblas, denuncia el P.Alessandro Minutella, no porque sea débil y peque –que esta es una condición humana terrena-, sino porque el catolicismo oficial se mueve y actúa volitivamente de espaldas a la verdad, justificando el pecado y la herejía, es decir, relativizando la fe. Que es lo que está haciendo la iglesia gnóstica bergoprevostiana.

Pero decir esto escandaliza. Y suscita odios.

Nadie rebate lo que clama Don Minutella, pues está ante los ojos de todos, sino que el problema radica en qué hacer con ello. Cada uno de sus enemigos declarados tiene tras de sí una institución, una realidad mundana, un apego. Dentro de cada uno de nosotros hay un joven rico temeroso de perder pie.

Él, no. Al ardiente cura siciliano le devora el celo por la casa de Dios, asaltada y tomada por Satanás. No le distrae ninguna inclinación. Y su voz clama en el barullo del mercadeo de los intereses espurios. Sacerdotes, levitas, fariseos, saduceos, cambistas, vendedores, guardias… todos ellos anteponen sus prebendas a los mandatos divinos. Son mercenarios.

“Grita”, “está loco”, “es un cismático”, “aleja a los fieles de los sacramentos”, “es un ególatra”, “discute la autoridad”, “es un iluminado”, “está poseído”… Don Minutella, mientras tanto, lo pierde todo por exponerse: parroquia, amistades, carrera, prestigio, sueldo. Es excomulgado dos veces y reducido al estado laical por la falsa iglesia anticrística bergogliana, cuyo ataque comparten haciendo pinza los tradicionalistas y la beatería del una cum.

La televisión pública italiana lo tritura y el mainstream lo escarnece para luego tratar de asfixiarlo bajo un manto de silencio. La autoridad fiscaliza y arrasa la pequeña realidad de Piccola Nazaret, su canal Radio Domina es hackeado, sus seguidores sufren campañas de acoso telefónico y él mismo es sometido a un continuo hostigamiento de denuncias ante los tribunales.

Le acusan de secuestrar jóvenes para su congregación de religiosas, sabotean el alquiler de recintos para sus predicaciones y lo traicionan no pocos allegados, que lo difaman y lo insultan en las redes sociales. Muchos de sus hermanos en el sacerdocio le dan la razón en privado para en lo público seguir la inercia de lo políticamente correcto y el relato oficial.

Pero ahí está, sostenido por la Madonna. Ahí sigue, milagrosamente. Con su mirada de fuego, con el báculo de la palabra denunciando la verdad, como un molesto profeta de los de antes. Porque el problema con la verdad no reside en sí misma -la verdad no se discute-, sino en lo que cada uno decide hacer con ella en su vida.

Don Minutella fue el primero en advertir sobre el falso papa y sus seducciones y sobre la necesidad de alejarse de esa antiiglesia luciferina. Como al incómodo profeta Jeremías, le arrojaron al pozo, socapa de que Dios no puede permitir la destrucción de su templo ni arrancar a sus hijos de la tierra sagrada de los sacramentos de salvación. ¿O sí puede?

Desde su humilde altar catacumbal ha visto desaparecer abrasados a decenas de prestigiosos enemigos, aparentemente muy poderosos, vestidos de oropel, pero adoradores del falso Baal. Y tiene que ser doliente testigo del cumplimiento de las profecías sobre la sustitución de la Iglesia por otra realidad, extravagante, humanista y anticrística, y de la apostasía de Roma.

Como Casandra, tiene que padecer la caecitas mentis del católico medio, cada vez más social y menos movido por el auténtico amor a Jesucristo y su Evangelio. Y es tan poderoso el castigo divino que ni siquiera el cumplimiento paulatino pero indefectible de sus advertencias en estos últimos años abre los ojos de los que deberían priorizar la salvación de sus almas.

Don Minutella, en su insobornable apacentar por las cañadas oscuras, insiste en que la clave está en la fe. Que en ella se concentra y están comprendidos la tradición, el magisterio, los sacramentos, la Iglesia. La fe en Jesucristo, la fe apostólica, es el punto de partida para alcanzar la Verdad mediante el Espíritu Santo.

Este es nuestro primer bendito de la serie. Y se llame León de María, Gran Prelado o, simplemente, Padre Alessandro no nos lo revelará ni la carne ni la sangre, sino el Espíritu Santo, que sopla como y donde quiere para suscitar la misión de confirmar en la fe verdadera.

 

 

 

 


 

Capítulos anteriores de esta serie:

 

  • Capítulo 1:

 

LOS BENDITOS DEL FIN DE LOS TIEMPOS. Por Alex Holgado.

 

 

 

 

 

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