El aullido de los lobos esteparios (Por Laureano Benítez)
Por Laureano Benítez Grande-Caballero.
Como buen tradicionalista, soy un gran admirador de la sabiduría popular aquilatada en refranes, modismos, frases hechas, etc., que, además de expresar características folklóricas, condensan y concentran una profunda filosofía de la vida, una cosmovisión inigualable.
Una de las frases que me parecen más iluminadas es aquella que dice que «las cabras tiran al monte», lo cual viene a significar que nuestra verdadera naturaleza, más tarde o más temprano, siempre emerge, siempre acaba manifestándose, por mucho tiempo que lleve, aunque se revista de otros ropajes, de otros disfraces.
Esta frase también se podría explicar con aquella que dice «genio y figura hasta la sepultura», pues, aunque la cabra trisque apaciblemente en páramos y veredas, su genoma se le alborota cuando ve riscos, quebradas y barrancas. Pues, en efecto, podemos decir que el género capruno lleva en sus genes un ADN que las tira al monte, indefectible e invariablemente.
No hay ninguna frase que, paralelamente, diga que «los borregos tiran al establo», pero no por eso deja de ser una verdad como un templo, una realidad clamorosa. También se podría pergeñar esta frase en una versión más cruel, pero no por eso menos certera, que dijera algo así como que «los borregos tiran al matadero».
Estas frasecitas sobre los tremendos condicionamientos del genoma me bullían en la mente mientras intentaba explicar el increíble y pasmoso fenómeno de ver a las multitudes inoculándose sin pestañear una ponzoña maligna, una pócima satánica, un veneno transgénico que producirá un holocausto de imposible descripción. Si: ¿Cómo es posible que las multitudes estén tan sideralmente aborregadas como para acudir sumisamente al genocidio, al eutanasiadero, al suicídromo?
En particular, me estaba intentando explicar el expediente X que me ayudara entender por qué personas se han sometido a esta degollina a pesar de haber recibido instrucciones e informaciones durante casi un año y medio por parte de amigos y familiares disidentes: es epatante que, lejos de renunciar a la inoculación bajo el influjo aleccionador de su convivencia o amistad con disidentes, estos personajes, a pesar de estar aparentemente convencidos, dijeron un día que iban a por tabaco, y cuando volvieron dijeron que acababan de inocularse, sonriendo nerviosamente, como quien acaba de comerse algún dulce prohibido.
Es hora de que aceptemos la realidad, amigos disidentes: aunque estuviéramos mil años explicando las verdades para desborregar a los corderillos en flor, es tiempo perdido, perlas echadas a los cerdos, fracaso cósmico, pues lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible.
Que no, que no hay forma: los borregos tiran a las vacunas, igual que los zombies tiran a las mascarillas, igual que los seres transhumanos tiran a las computadoras… Estoy absolutamente convencido de que se trata de una cuestión de genética, de que algún gen que hay en el genoma de estos borregomatrix les impide ver la verdad, oír la verdad, decir la verdad, y practicar la verdad, porque han nacido para ser carne de vakuna, chips de computadoras, ciervo de las glebas galeotes de alta mar, esclavos faraónicos, algoritmos de la gran Matrix.
El gen de la borreguería muy posiblemente tenga que ver con la zona 17 del área Boardamn de nuestro cerebro, ésa en la que parecen tener su nicho los genes de la sumisión, de la cobardía, de la apatía, del ovejunismo.
Y, a la vez que existe un ADN para la sumisión, estoy también convencido de que hay un gen para la rebeldía, para la disidencia, que poseen los resistentes, los disidentes, los audaces, los Empecinados y Malasañas, los Blas de Lezo, los Daoíz y Velarde,etc, presente en grado sumo en esas falanges de espartanos que combaten denodadamente en cualquier Termópila contra ejércitos aparentemente invencibles.
Sé que existe ese gen porque yo lo tengo, y porque soy plenamente consciente de que me viene en herencia genética, ya que tengo una larga tradición de antepasados que, desde el primer Grande-Caballero que consiguió este rimbombante apellido mediante una hazaña de guerra allá por los tiempos del General Prim, se han caracterizado por su rebeldía innata. Es por eso que, a mis años, sigo en las trincheras, con el cuchillo entre los dientes, echándome al monte con mis navajas cachicuernas. Y así es como voy: de trinchera en trinchera, de barricada a barricada, de bunker a búnker, hasta la victoria final.
Conozco también a otros genomizados del mismo signo, camaradas y compañeros que se apuntan a todas las batallas, que pisan todos los charcos, con los que he compartido movidas contra la OTAN, contra la profanación de Franco, contra los pucherazos, contra el Himalaya de mentiras de la memoria histórica… Camaradas que lucharon también contra el aborto, que están ahora en la primera línea de fuego contra la eutanasia, contra la ponzoña de la vacuna, y que seguirán así, junto conmigo, codo con codo, prietas las filas, firme el ademán, hasta que el cuerpo aguante, hasta que venga el Armageddón final.
¿Cómo explicarlo? Es algo que no se puede evitar, algo así como si dentro de tu conciencia escucharas una vocecilla que te apresta y te urge para el combate, que te impulsa a la acción, que te lanza al torbellino del combate contra la opresión, la mentira, la muerte, la explotación… Es nuestro destino, nuestra vocación, nuestra misión, y, en caso de no seguirlo, se nos pedirían severas cuentas de nuestra kobardía en el más allá, porque la luz no se pone bajo el celemín, sino sobre él, para que ilumine la casa.
Y aquí estamos, y aquí seguimos, dispuestos a morir con las botas puestas ―muertos antes que esclavos―, muchos con el rosario en la mano, en tradición requeté. Hasta entonces, hasta que llegue nuestra hora, a la vida de rebelde se le podrían aplicar perfectamente las palabras de San Pablo: «Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos» (2 Corintios 4:8–9)
Sí, amigos: las cabras tiran al monte, los borregos tiran a los establos, pero los lobos… ¡Ah, los lobos!… Los lobos tiran a las estepas, y allí lanzan sus aullidos, el aullido de los lobos esteparios, que no es un lamento a la luz de la luna, sino una advertencia para los impíos.
Espero que usted sea uno de ellos, un buen lobo estepario.
Y recuerde: como dijo Geoge Orwell, no luchamos ya por mantenernos vivos, sino por mantenernos humanos.
Extraordinario artículo de este Grande Caballero de esta lucha sin igual de los Últimos Tiempos.
Ha mantenerse firmes sin dejar de poner el pecho a las balas y a dar nuestros mejores aullidos de lobo estepario.
Desde Chile, un abrazo a los hermanos españoles del Remanente Fiel.
Gracias por su amable comentario, don José. Veo que la foto de su perfil es muy parecida a la mía: un guerrero cristiano. Vicente me pasó su amable comentario, que le agradezco de corazón, pues palabras como las suyas son las que animan a seguir en esta tarea. Un fuerte abrazo. Que Dios le bendiga
Con todo respeto a Don Laureano. Yo agregaría otro dicho “al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen”. Saludos. Muy buen artículo.
PARA EL SEÑOR LAUREANO BENITEZ: Usted muchas veces se ha preguntado qué pasa con las personas que por más que se les diga lo que está ocurriendo a nivel del mundo y de la Iglesia, y también sobre la inoculación del “brebaje” para matar al “bicho” y no entienden y por el contrario hacen precisamente lo opuesto, la razón por la que actúan así y que usted tan acertadamente ha calificado como “zombis” es debido a la “CEGUERA ESPIRITUAL” de las personas, que pone velos a los ojos del alma: EL ENTENDIMIENTO. Para que usted lo pueda entender mejor, puede leer el libro. El diálogo con Dios Padre” de Santa Catalina de Siena, donde Dios Padre Celestial le explica a la Santa las consecuencias de la ceguera espiritual y esto afecta no sólo espiritualmente sino todo el actuar de la persona.
Si en su entorno las personas se comportan como zombies, por acá ocurre exactamente igual y no hay poder humano para convencerlos de la dura realidad por la que estamos atravesando, sólo queda orar y pedir a Dios les conceda la luz del alma para que puedan “ver” y actuar en consecuencia.
Sus artículos son muy valiosos, Dios lo siga bendiciendo por su valentía.
Cordialmente, Marta Giraldo de Colombia.
Marta, estoy de acuerdo con su comentario, muy acertado. Yo ya había llegado a esa conclusión, pues la ceguera mental se origina en la ceguera espiritual. A ver si encuentro ese libro, pues soy muy aficionado a los libros clásicos de espiritualidad. Un abrazo.