Somos felices si vivimos con Dios.
No hay que ser un lince para darse cuenta de que la persona es feliz cuando vive con Dios, y que es profundamente infeliz cuando libremente se ha separado de Dios; porque no conoce lo que Dios dice, y porque ha dejado de escucharle y de hacerle caso.
Esta reflexión, que ya hacía el Santo cura de Ars en su época, se confirma cuando miramos alrededor, cada día, y nos preguntamos: ¿Porque el hombre de hoy es tan ciego y tan ignorante?
La respuesta es bastante obvia: porque no hace caso de la palabra de Dios.
Un hacer caso de la palabra de Dios que lo primero que exige es saber qué dice Dios. Es decir. Estar formado.
Una persona formada siempre tiene recursos. Y en nuestro caso, un católico que no está formado es, como dijera el Santo Cura de Ars, como un enfermo agonizante: no conoce la gravedad del pecado; no conoce la belleza del alma.
Y en nuestro caso, un católico que no está formado es, como dijera el Santo Cura de Ars, como un enfermo agonizante: no conoce la gravedad del pecado; no conoce la belleza del alma.
Tampoco sabe nada sobre el precio de la virtud. Se arrastra, pues, de pecado en pecado.
Así el hombre trabaja sólo para satisfacer el cuerpo (el “cadaver”, en palabras del santo sacerdote) que pronto se pudrirá en la tierra, sin pensar en su pobre alma, que es la que será eternamente feliz o infeliz.
Carece de espíritu y de buen sentido. Qué miedo.
Pensemos pues que tenemos un alma que salvar y una eternidad que nos espera.
El mundo, las riquezas, los placeres y los honores pasarán. Pero el cielo y el infierno no pasarán nunca.
Tengamos cuidado. Y si alguien prefiere pensar que este discurso es tremendista y catastrófico, y que se aleja de Dios misericordioso, es libre de hacerlo.
Dios os bendiga.
Vicente Montesinos