Jorge Mario Bergoglio y la Inconsistencia Moral del Peronismo. Por Vicente Montesinos

Vicente Montesinos
Director de Adoración y Liberación

En la figura de Jorge Mario Bergoglio, se manifiesta, entre otras muchas, una paradoja que desafía la coherencia y los principios que deberían regir tanto la vida religiosa como la política. Esta paradoja no es otra que la inherente al peronismo, movimiento del cual Bergoglio es un producto indiscutible. La esencia peronista, con su camaleónica adaptación ideológica, encuentra en Bergoglio no solo un reflejo sino también un exponente de sus más profundas contradicciones y de su insostenible inconsistencia moral.
Desde sus inicios en Argentina, el peronismo ha oscilado entre extremos ideológicos, presentándose como defensor de los trabajadores y de los desposeídos, mientras simultáneamente coqueteaba con prácticas autoritarias y alianzas con sectores de poder tradicionalmente entendidos o catalogados como conservadores. Esta capacidad para cambiar de rostro según convenga no es una muestra de flexibilidad política, sino más bien de una alarmante falta de principios firmes. Es precisamente esta característica la que Jorge Mario Bergoglio ha encarnado a lo largo de su carrera eclesiástica y, especialmente, en su falso pontificado. Y la que el peronismo actual, con mil nombres, etiquetas y facetas, sigue desempeñando.
Como Falso Papa, Bergoglio ha adoptado posturas que parecerían alinearse con preocupaciones sociales típicamente asociadas a la izquierda, promoviendo el diálogo sobre la pobreza, la inequidad, y el cambio climático. Sin embargo, estas posturas vienen elevadas al cubo por su simultánea apertura hacia agendas globalistas y figuras controvertidas como George Soros, que promueven visiones que chocan frontalmente con los valores fundamentales del catolicismo tradicional y, se podría argumentar, con cualquier concepción coherente de moralidad.
La inconsistencia moral del peronismo, reflejada en la figura de Bergoglio, se manifiesta en esta incapacidad para ofrecer una visión unificada y principista del mundo. Al intentar ser todo para todos, Bergoglio, al igual que el peronismo, termina siendo fiel reflejo de la relatividad moral que caracteriza a nuestros tiempos. Esta relatividad no solo debilita la autoridad moral de la Iglesia sino que también socava la cohesión social, al promover un pragmatismo que justifica medios independientemente de sus fines.
Este pragmatismo, lejos de ser una virtud, es un peligro cuando se aplica al liderazgo espiritual y político. La capacidad de adaptación ideológica de Bergoglio, lejos de ser una muestra de sabiduría, revela una profunda crisis de identidad, tanto personal como institucional. En su intento por abrazar la modernidad y sus múltiples demandas, se ha distanciado de los principios inamovibles sobre los cuales se funda la fe católica. Esta distancia no solo cuestiona su liderazgo sino que deja como resultado el lugar al que quiere llevar a la Iglesia.
El peronismo, ese movimiento político argentino tan enigmático como influyente, se caracteriza por su capacidad camaleónica de adaptarse a las circunstancias, de tomar “mil caras diferentes según convenga”. Esta flexibilidad ideológica, lejos de ser un signo de inconstancia, es la manifestación de una estrategia política profundamente maquiavélica y arraigada en la identidad peronista. Y es aquí donde encontramos la clave para comprender a Bergoglio.
La crítica hacia Jorge Mario Bergoglio y el peronismo, por tanto, no surge únicamente de un rechazo a la viscosa evolución de ideas o a la aberrante adaptación a supuestos nuevos contextos sociales. Nace, más bien, de una preocupación por la pérdida de una base moral clara y consistente. En un mundo cada vez más complejo y desafiante, la figura del líder —ya sea político o espiritual— debe ser un faro de principios y valores sólidos, no un espejismo de adaptabilidad que confunde más de lo que ilumina.
En conclusión, la figura de Jorge Mario Bergoglio, con su inherente peronismo, es un recordatorio de la necesidad imperiosa de un liderazgo que no sacrifique la coherencia moral en el altar de la conveniencia política o ideológica. Es un llamado a reflexionar sobre los valores y principios que deseamos que guíen nuestras sociedades y nuestras instituciones, especialmente en tiempos de incertidumbre. La inconsistencia moral no es una opción viable para aquellos que buscan guiar a otros hacia un futuro mejor; es, en última instancia, un camino hacia la irrelevancia y el desencanto.
