Viganò y los nombramientos cardenalicios de Francisco. Un Consistorio con el signo de Calígula
Los cardenales nombrados por la Iglesia bergogliana son perfectamente coherentes con esa Iglesia profunda de la que son expresión, así como los ministros y funcionarios del Estado son elegidos y nombrados por el Estado profundo.

USQUE AD EFFUSIONEM SANGUINIS
a propósito de los nombramientos del próximo Consistorio
Si pudiésemos preguntar a San Gregorio Magno, a San Pío V, al Beato Pío IX, a San Pío X y al Venerable Pío XII en base a cuál evaluación ellos eligieron a los prelados para investirlos con la Sagrada Púrpura, sentiríamos responder a todos, sin excepción, que el principal requisito para convertirse en Príncipes de la Santa Iglesia Católica Romana es la santidad de vida, virtudes particulares excelentes, la erudición en las disciplinas eclesiásticas, la sabiduría en el ejercicio de la autoridad, la fidelidad a la Sede Apostólica y al Vicario de Cristo. Muchos de los cardenales creados por estos pontífices llegaron a su vez a ser Papas; otros se distinguieron por su contribución al gobierno de la Iglesia; otros merecen también ser elevados a la gloria de los altares y ser proclamados Doctores de la Iglesia, como San Carlos Borromeo y San Roberto Belarmino.
De la misma manera, si pudiéramos preguntar a los cardenales creados por San Gregorio Magno, San Pío V, el Beato Pío IX, San Pío X y el Venerable Pío XII cómo concebían la dignidad a la que habían sido elevados, habrían respondido, sin excepción, que se sentían indignos del rol que desempeñaban y confiaban en la ayuda de la gracia de estado. Todos ellos, desde los más distinguidos hasta los menos conocidos, consideraban esencial para su propia santificación dar pruebas de absoluta fidelidad al inmutable Magisterio de la Iglesia, de heroico testimonio de la Fe predicando el Evangelio y defendiendo las Verdades reveladas, de filial obediencia a la Sede de Pedro, Vicario de Cristo y Sucesor del Príncipe de los Apóstoles.
Si hoy alguien planteara estas preguntas a quien hoy está sentado en el Trono de Pedro y a los que ha elevado a la púrpura cardenalicia, descubriría con gran escándalo que el nombramiento de un cardenal está considerado a la altura de cualquier otro cargo de prestigio en una institución civil, y que no son las virtudes requeridas para ese cargo las que llevan a elegir a tal o cual candidato, sino su nivel de corruptibilidad, chantaje o pertenencia a tal o cual corriente. Y lo mismo, y tal vez peor, sucedería al suponer que, así como en las cosas de Dios sus ministros deben ser ejemplos de santidad, en las cosas del César los gobernantes deben guiarse por las virtudes de la gobernanza y moverse por el bien común.
Los cardenales nombrados por la Iglesia bergogliana son perfectamente coherentes con esa Iglesia profunda de la que son expresión, así como los ministros y funcionarios del Estado son elegidos y nombrados por el Estado profundo. Y si esto sucede, es porque está haciendo metástasis la crisis de autoridad a la que asistimos desde hace siglos en el mundo y en la Iglesia desde hace sesenta años.
Las máximas jerarquías honestas e incorruptibles exigen y obtienen colaboradores convencidos y fieles, porque su consentimiento y colaboración deriva de compartir un fin bueno -la santificación propia y ajena-, recurriendo a instrumentos moralmente buenos. Del mismo modo, los líderes corruptos y traidores requieren subordinados no menos corruptos y dispuestos a la traición, porque su consentimiento y colaboración deriva de la complicidad en el crimen, del chantaje del asesino y del mandante, y de la falta de cualquier reparo moral en el cumplimiento de las órdenes. Pero la fidelidad en el mal, no lo olvidemos, está siempre limitada en el tiempo, y sobre ella pende la espada de Damocles a través del mantenimiento del poder del amo y de la ausencia de una alternativa más atractiva o remunerativa para quienes le sirven. Por el contrario, la fidelidad en el Bien -es decir, fundada en el Dios que es Caridad y Verdad- no conoce segundas intenciones, y está dispuesta a sacrificar su vida –usque ad effusionem sanguinis– por esa autoridad espiritual o temporal que es vicaria de la Autoridad de Nuestro Señor, Rey y Sumo Sacerdote. Este es el martyrium simbolizado por la túnica cardenalicia. Esta será también la condena de aquéllos que la profanen creyéndose protegidos por las Murallas Leoninas.
En consecuencia, no sorprende que una autoridad que se basa en el chantaje se rodee de personas que se pueden chantajear, ni que un poder ejercido por cuenta de un lobby subversivo quiera garantizar continuidad a la línea emprendida, impidiendo que el próximo cónclave elija un Papa y no un vendedor de vacunas o un propagandista del Nuevo Orden Mundial.
Sin embargo, me pregunto quiénes de las Eminencias que salpican las crónicas pomposas de la prensa con sus pintorescos apodos y con el lastre de los escándalos financieros y sexuales estarían dispuestos a dar la vida, no por su amo muy Santa Marta -que se cuidaría muy bien de dar la vida por sus cortesanos-, sino también por Nuestro Señor, suponiendo que no lo hayan sustituido entretanto por la Pachamama.
Me parece que aquí está el quid de la cuestión. Pedro, ¿me amas más que ellos? (Jn 21, 15-17). No me atrevo a pensar lo que respondería Bergoglio; sé en cambio lo que responderían estos personajes, revestidos con el Cardenalato al igual que Calígula[1] confirió el laticlavio a su caballo Incitatus despreciando al Senado romano: no lo conozco (Lc 22, 54-62).
Que sea tarea primordial de los católicos -laicos y clérigos- implorar al Dueño de la Viña que venga a hacer justicia con los jabalíes que la asolan. Hasta que no se expulse del templo a esta secta de corruptos y fornicadores, no podemos esperar que la sociedad civil sea mejor que quienes deberían edificarla y no escandalizarla.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
2 de junio de 2022
Es una pena leer los artículos de Adelante la Fe.
En otro tiempo permitían comentarios, esta gente solamente escribe y no escucha y, por lo tanto, no sabe lo que piensan los católicos sobre sus artículos, la gran mayoría de sus artículos sólo pueden leerse por arriba.
Dejan caer ahora las diatribas bergoglianas sobre los lectores y escandalizan a más de uno.
El P. Asís está preocupado porque la gente está preocupada y ocupada en la Iglesia y lo que propone es la máxima de Perón, otro dictador argentino, “de la casa al trabajo y del trabajo a la casa”, por lo que está en contra de todo tipo de búsqueda por parte de laicos desesperados de luces en lo que Asís reconoce que es la peor situación de la Iglesia en la historia de salvación, sin embargo, y reconoce que hay Iglesia docente e Iglesia dicente pero no se preocupa demasiado de las responsabilidades en cuanto al bien común de la Iglesia que es Cristo de la Iglesia docente sino de calmar a palos a la Iglesia dicente.
Mientras la Iglesia docente hace lío, genera cismas y separa. Destruye a la Iglesia china, promueve la falsa pandemia y toma bando en la guerra, la Iglesia dicente debe trabajar para pagar el lío que hace la Iglesia docente y, por supuesto, guardar silencio y no preguntar nada. Ser una buena corte para una Iglesia renacentista y cortesana en la parroquia y en el Vaticano.
Se queja el P. Asís con razón de que la Iglesia dicente está tratando de hacer de Iglesia docente, de que los laicos están tratando de hacer de sacerdotes, doctores e intérpretes, lo cual es verdad, pero no dice que eso sucede porque la Iglesia docente no hace de Iglesia docente dejando a las ovejas con un mal pastor al cual él responde y reconoce como pastor y guía de la Iglesia.
Entonces, culpa a los laicos de un tradicionalismo loco que no sería el suyo y siendo la actual, como reconoce Asís, la peor situación en la historia de salvación, Asís se queja de que los laicos no pueden hacer otra cosa que lo que hicieron siempre en situaciones de crisis de la Iglesia, ir al Apocalipsis e interpretar la crisis de acuerdo al Apocalipsis, tratar de mantener la fe buscando respuestas que no da la jerarquía, buscar una luz donde sea porque han tirado al suelo el candelabro.
Lo que no sabe el P. Asís es que las distintas crisis son tipos del antitipo final, o sea, del Apocalipsis y lejos de ser un grave error interpretar en términos apocalípticos las crisis de la Iglesia es algo que han practicado muchos sacerdotes, en el sentido, buscar constantes en las crisis de la Iglesia es una forma de aprender de la historia, por supuesto, estas constantes se manifestarán en la crisis final que será la peor de todas y es obligación de cada uno de los laicos ser católico y huir de los herejes y de las herejías, incluso, dejando los templos para conservar la fe y ver los signos de los tiempos.
Por supuesto, el P. Asís si le fuera posible haría desaparecer el Apocalipsis de entre los libros canónicos o le otorgaría una importancia mínima y es seguro que debe creer que el fin de los tiempos será dentro de cientos o miles de años y que hay que comer y beber mientras tanto.
Este P. Asís sostiene que la solución al problema presente está en mandar a los laicos a trabajar, que estos tradicionalistas que están en las redes tienen un problema y es que no trabajan.
Que trabajando se soluciona todo.
Como dijimos: “del trabajo a la casa y de la casa al trabajo” o lo mismo que le decía un guarango a su mujer: “vos qué sabés de todo ésto, andá a lavar los platos”.
En su ataque a los laicos tradicionalistas Asís se une a las huestes de Bergoglio y a sus críticas a los que serían, según Bergoglio, rigoristas, avinagrados, etc. el P. Asís agrega sus propias críticas a estos tradicionalistas que no son como él que serían haraganes y locos.
No conforme con eso se dice tradicionalista para dividir a los tradicionalistas como si ya no estuvieran lo suficientemente divididos como para no encontrar en ellos dos que formen Iglesia, o sea, dos que estén en comunidad de fe en los temas que preocupan y ocupan a los laicos.
Desparrama y no junta y se queja de los balidos de las ovejas.
Le agradecemos sus insultos y se los devolvemos en este comentario.
Los que quieren que la gente guarde silencio, no opine, ni piense porque ellos lo hacen mejor que lo demuestren por los frutos.
Han tenido nueve años los miembros de la Iglesia docente tradicionalistas, conservadores y progresistas para mostrar sus frutos y sus frutos son malos, entre ellos, la división y el lío, la crisis en la Iglesia y la crisis en el Mundo.
Si trabaja, sugiere Asís, no va a tener tiempo para pensar, escribir y opinar sobre temas como el Covid, la guerra entre Rusia y Ucrania o las soluciones para la crisis de la Iglesia y del mundo o cómo evitar que los coman vivos.
Para eso están ellos para llevarnos junto a Roberto de Mattei y Adelante la Fe por la vía de las ingenuas y necias vírgenes, por las vías de la fraternidad, igualdad y libertad masónica y de los solos rezos.
Todos, sin excepción, se olvidan de la otra parte “a Dios rogando pero con el mazo dando”, todos estos sacerdotes y obispos nos piden como Bergoglio que roguemos pero nada más, nos dicen que trabajemos pero nada más, que no opinemos ni pensemos, como falsos profetas afirman que van a venir soluciones mágicas, una nueva primavera, la justicia, el milagro divino, mientras tanto podemos sentarnos y llegar a ser los hombres alegres y sin propiedades.
No sea que lleguemos a molestar de alguna manera las directivas con que Bergoglio mueve a su Iglesia y con las que el NOM mueve al mundo y a Bergoglio.
Así ellos podrán escribir como hasta ahora, sin que nadie ni nada los moleste sus interminables artículos sobre el sexo de los ángeles mientras la apostasía general avanza y se prepara el camino, principalmente por omisión dolosa y pecaminosa, para el gobierno mundial o imperio global o como lo llamaron Daniel y San Juan, la última Bestia, la Bestia del Mar con su gobernante, el Anticristo.
Hacia allí vamos en la agenda 2030 en una barca que está tan hundida que sólo se ven los mástiles y con éstos que nos proponen que no saquemos el agua, que no nos atemos al madero sino que rememos hacia donde ellos, su jefe y el jefe de su jefe nos digan.
Dios nos salve de tan malos guías.