AyL Redacción
Agencias
La próxima cumbre del clima organizada por las Naciones Unidas para seguir poniendo el grito en el cielo y que Occidente siga pagando lo que China contamina está a la vuelta de la esquina. El 31 de octubre empezarán a llegar a Glasgow los jets privados de los preocupados por el apocalipsis climático para el COP26, donde se nos volverá a decir que, esta vez sí que sí, es la última oportunidad antes de que el infierno se desate sobre el planeta si no cedemos nuestras libertades, renunciamos a nuestra prosperidad y nos ponemos en sus manos. Greta ha vuelto, y ya está regañándonos en Milán ante un micrófono cubierto con una mascarilla y cientos de jóvenes venerantes, y su nombre suena fuerte para el Nobel de la Paz. El nuevo pánico sí será televisado.
Solo que el evento coincide con noticias incómodas: la Antártida ha vivido su invierno más frío desde que existen registros, misteriosamente, en un planeta destinado a arder bajo un calor abrasador.
Siempre hace frío en la Antártida, no hay que decirlo, y muy especialmente durante el invierno austral. Pero este ha sido excepcional. La temperatura media en la Estación Polar Amundsen-Scott entre abril y septiembre registró la friolera de 61 grados bajo cero, la más baja desde 1957, cuando empezaron a registrarse las temperaturas, y cuatro grados y medio menos que la media de los últimos 30 años.
La noticia llegó, sorprendentemente, por la red social Twitter, con un aviso de Stefano Di Battista, periodista climático que lleva años informando sobre la temperatura de la Antártida. Rápidamente, antes de que Newtral o Maldita pudieran desmentirlo, Richard Cullather, investigador de la Oficina de Modelado y Asimilación Global de la NASA confirmó el hallazgo. Y, más tarde, el investigador polar de la Universidad del Estado de Ohio David Bromwich se sumó al descubrimiento: la temperatura media a lo largo de septiembre ha sido la más baja en el Polo Sur desde que se registra.
El frío extremo contribuyó a elevar el nivel de los hielos marinos en torno al continente a su quinto nivel más alto en agosto, según el Centro Nacional de Nieve y Hielo norteamericano.
No teman: no hay el menor peligro de que este hallazgo científico confirmando que el Polo Sur permanece obstinadamente indiferente a lo que recomiendan los calentólogos de la ONU vaya alterar una milésima de grado la fe ciega en la catástrofe climática que está siempre a la vuelta de la esquina, a pocos años, pero que siempre, curiosamente, podemos parar con solo seguir las recomendaciones de nuestros mayores.
