EL DOCUMENTO DEL SÍNODO DE LA AMAZONIA: ¿OLVIDO DEL SOBRENATURAL? (Por el Rvdo. D. Francisco José Vegara Cerezo)

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Francisco José Vegara Cerezo, presbítero.

 

 

EL DOCUMENTO DEL SÍNODO DE LA AMAZONIA: ¿OLVIDO DEL SOBRENATURAL?

Las observaciones que, a continuación, se indican, desean propiciar un diálogo abierto con el documento conclusivo del pasado sínodo de la Amazonia, apuntando así hacia cuestiones que giran, por lo general, en cómo el documento plantea la relación de lo natural y lo sobrenatural al hilo de algunas temáticas concretas que se van señalando específicamente.

Creo interesante observar cómo el deseo del documento por plantear esas temáticas con un lenguaje ciertamente creativo y original resulta, sin embargo, difícil de adscribir a la tradición teológica común; por eso, el objetivo de esta modesta aportación es suscitar algunos interrogantes sobre sus afirmaciones, desde la óptica de la visión cristiana del sobrenatural; el conjunto de estos interrogantes pretende conducir, en definitiva, a valorar las posibilidades de integrar dicho lenguaje como instrumento adecuado para expresar tal visión cristiana del sobrenatural.

Por mor de brevedad, se procederá trayendo sólo las partes de los puntos que seguidamente se comentarán.

  1. (…) Destaca la importancia de la escucha de la voz de la Amazonía, movida por el soplo mayor del Espíritu Santo en el grito de la tierra herida y sus habitantes.

 

¿Cómo se puede equiparar algo tan sobrenatural como el soplo del Espíritu Santo, con el grito de la tierra, que no pasa de ser una confusa metáfora?

  1. La búsqueda de los pueblos indígenas amazónicos de la vida en abundancia, se concreta en lo que ellos llaman el ‘buen vivir’, y que se realiza plenamente en las Bienaventurazas. Se trata de vivir en armonía consigo mismo, con la naturaleza, con los seres humanos y con el ser supremo, ya que hay una intercomunicación entre todo el cosmos, donde no hay excluyentes ni excluidos, y donde podamos forjar un proyecto de vida plena para todos. Tal comprensión de la vida se caracteriza por la conectividad y armonía de relaciones entre el agua, el territorio y la naturaleza, la vida comunitaria y la cultura, Dios y las diversas fuerzas espirituales. Para ellos, ‘buen vivir’ es comprender la centralidad del carácter relacional trascendente de los seres humanos y de la creación, y supone un ‘buen hacer’.

Las bienaventuranzas como expresión perfecta del mensaje evangélico son esencialmente sobrenaturales, y equipararlas a una mera cultura ¿no supone naturalizarlas?; ¿qué decir de la devaluación del mensaje evangélico a una mera “armonía consigo mismo, con la naturaleza, con los seres humanos y con el ser supremo”?

¿Acaso no nos indica nuestra fe taxativamente el carácter trascendente exclusivo de Dios?: “Si, cautivados por su belleza, los tomaron por dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de éstos, pues fue el autor mismo de la belleza quien los creó” (Sb 13); por tanto, no hay nada en la creación que sea capaz de trascenderla, hasta alcanzar verdaderamente al Dios trascendente, sino que, “como todo depende de la fe, todo es gracia” (cf. Rm 4), y así brota de la iniciativa de Dios, dando lugar al carácter sobrenatural de la salvación; negar esto supondría negar la gracia, e incurrir en el panteísmo.

  1. La vida de las comunidades amazónicas aún no afectadas por el influjo de la civilización occidental se refleja en la creencia y los ritos sobre el actuar de los espíritus de la divinidad, llamados de innumerables maneras, con y en el territorio, con y en relación con la naturaleza (LS 16, 91, 117, 138, 240). (…) Los nuevos caminos de la evangelización deben construirse en diálogo con estos conocimientos fundamentales en los que se manifiestan como semillas de la Palabra.

¿De verdad se puede decir que “la creencia y los ritos sobre el actuar de los espíritus de la divinidad (…) con y en el territorio, con y en relación con la naturaleza” contienen “semillas de la palabra”?; ¿no se observa ahí una contradicción con lo afirmado por el apóstol: “Sabemos que el ídolo no es nada en el mundo, y que no hay más que un único Dios, pues, aunque estén los llamados dioses en el cielo y en la tierra, y son numerosos los dioses, y numerosos los señores, para nosotros no hay más que un Dios: el Padre, de quien procede el universo, y a quien estamos destinados nosotros, y un solo Señor: Jesucristo, por quien existe el universo, y por quien nosotros vamos al Padre” (1Co 8)?; más adelante, el apóstol aún es más tajante: “¿Qué quiero decir?: ¿que las víctimas son algo o que los ídolos son algo?: no, sino que los paganos ofrecen sus sacrificios a los demonios, no a Dios, y no quiero que os unáis a los demonios; no podéis beber de las dos copas: de la del Señor y de la de los demonios, no podéis participar de las dos mesas: de la del Señor y de la de los demonios; ¿vamos a provocar al Señor?” (1Co 10); ¿cómo calificar entonces esa equiparación de “los espíritus de la divinidad” amazónicos a la hermosa noción de “semillas del Verbo”?

  1. Una de las páginas más gloriosas de la Amazonía la han escrito los mártires. La participación de los seguidores de Jesús en su pasión, muerte y resurrección gloriosa, ha acompañado hasta el día de hoy la vida de la Iglesia, especialmente en los momentos y lugares en que ella, por causa del Evangelio de Jesús, vive en medio de una acentuada contradicción, como sucede hoy con quienes luchan valerosamente en favor de una ecología integral en la Amazonía. Este Sínodo reconoce con admiración a quienes luchan, con gran riesgo de sus propias vidas, para defender la existencia de este territorio.

¿Se puede reducir el martirio, que es un acto de confesión de la fe revelada y sobrenatural al precio de la propia sangre, a un mero acto de lucha en favor de la ecología integral o de la defensa de un territorio?

  1. La escucha del clamor de la tierra y el grito de los pobres y de los pueblos de la Amazonía con los que caminamos nos llama a una verdadera conversión integral, con una vida simple y sobria, todo ello alimentado por una espiritualidad mística al estilo de San Francisco de Asís, ejemplo de conversión integral vivida con alegría y gozo cristiano (cf. LS 20-12). Una lectura orante de la Palabra de Dios nos ayudará a profundizar y descubrir los gemidos del Espíritu y nos animará en el compromiso por el cuidado de la “casa común”.

¿Se puede reducir la conversión cristiana, que es un acto sobrenatural, producido por la gracia, a una vida simple y sobria desde la escucha del clamor de la tierra y el grito de los pobres y de los pueblos, y encima equiparar eso a la espiritualidad mística de un santo como san Francisco de Asís?

  1. Como Iglesia de discípulos misioneros suplicamos la gracia de esa conversión que “implica dejar brotar todas las consecuencias del encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea” (LS 217); una conversión personal y comunitaria que nos compromete a relacionarnos armónicamente con la obra creadora de Dios, que es la “casa común”; una conversión que promueva la creación de estructuras en armonía con el cuidado de la creación; una conversión pastoral basada en la sinodalidad, que reconozca la interacción de todo lo creado.

Si la palabra de Dios dice: “Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido la tierra prometida, pero viéndola y saludándola de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra; es claro que los que así hablan, están buscando una patria, pues, si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver; pero ellos ansiaban una patria mejor: la del cielo; por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios, pues les tenía preparada una ciudad” (Hb 11), ¿cómo se puede hablar de la tierra como “casa común”?, ¿y cómo se puede limitar la conversión a un compromiso de relación armónica con la obra creadora de Dios?

Como la pastoral no ha de tener otro fin que conducir a la vida eterna, que está exclusivamente en Dios: “Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti: único Dios verdadero, y a tu enviado: Jesucristo” (Jn 17), parece evidente que su objetivo no ha de ser sino trascender lo creado, para llegar hasta el creador; el apóstol se muestra inflexible al respecto: “Realmente no tienen defensa, porque, conociendo a Dios, no le han dado la gloria y las gracias que Dios se merecía; al contrario, su razonar acabó en vaciedades y su mente insensata se sumergió en tinieblas; alardeando de sabios, resultaron unos necios que cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes del hombre mortal, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles; por esa razón los ha entregado Dios a la bajeza de sus deseos, con la consiguiente degradación de sus propios cuerpos, porque han cambiado al Dios verdadero por uno falso, adorando y dando culto a la criatura, en vez de al creador” (Rm 1).

  1. Así, la única conversión al Evangelio vivo, que es Jesucristo, se podrá desplegar en dimensiones interconectadas para motivar la salida a las periferias existenciales, sociales y geográficas de la Amazonía. Estas dimensiones son: la pastoral, la cultural, la ecológica y la sinodal, las cuales están desarrolladas en los próximos cuatro capítulos.

¿No parece que, en realidad, las dimensiones cultural y ecológica son muy secundarias para la conversión, que esencialmente es un acto religioso, y producido exclusivamente por la gracia sobrenatural de Dios, para conducir a la salvación trascendente?

  1. En la Amazonía, el diálogo interreligioso se lleva a cabo especialmente con las religiones indígenas y los cultos afrodescendientes. Estas tradiciones merecen ser conocidas, entendidas en sus propias expresiones y en su relación con el bosque y la madre tierra.

¿Acaso se están legitimando tales expresiones de la relación con el bosque y la madre tierra?; ¿no parece que la mera noción de «madre tierra» supone una personificación errónea y una sacralización intolerable?; ¿cómo quien, gracias al bautismo, tiene a Dios creador por padre, puede reconocer como madre a una simple criatura inanimada?

Precisamente uno de los aspectos fundamentales de la Biblia desde el principio es la desacralización de la creación, y por eso el hombre recibe como primer mandamiento su sometimiento: “Y los bendijo Dios y les dijo: Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla, dominad los peces del mar, las aves del cielo, los vivientes que se mueven sobre la tierra” (Gn 1).

  1. Entre los diversos rostros de las realidades panamazónicas, destaca el de los jóvenes presentes en todo el territorio (…). La labor de la Iglesia es la de acompañarlos para hacer frente a toda situación que destruya su identidad o dañe su autoestima.

Toda la vida se ha pensado que la labor prioritaria de la Iglesia era conducir, pero hacia la salvación trascendente.

  1. Los jóvenes también están intensamente presentes en los contextos migratorios del territorio (…). Aquí, en particular, la Iglesia está llamada a ser una presencia profética entre los jóvenes, ofreciéndoles un acompañamiento adecuado y una educación apropiada.

La labor profética no era otra que llamar al pueblo a la conversión, mediante la condenación de sus pecados.

  1. En comunión con la realidad juvenil amazónica, la Iglesia proclama la Buena Nueva de Jesús a los jóvenes, el discernimiento y acompañamiento vocacional, el lugar de apreciación de la cultura e identidad local, el liderazgo juvenil, la promoción de los derechos de la juventud, el fortalecimiento de espacios creativos, innovadores y diferenciados de evangelización a través de un ministerio juvenil renovado y audaz. Una pastoral siempre en proceso, centrada en Jesucristo y su proyecto, dialógica e integral, comprometida con todas las realidades juveniles existentes en el territorio (…).

¿Cómo se pueden poner al mismo nivel la salvación y ciertas cuestiones meramente humanas, y así mezclar el proyecto de Jesús “con todas las realidades juveniles existentes en el territorio”?

  1. (…) Los jóvenes quieren ser protagonistas y la Iglesia Amazónica quiere reconocerles su espacio. Quiere ser compañera a la escucha reconociendo a los jóvenes como un lugar teológico, como “profetas de esperanza”, comprometidos con el diálogo, ecológicamente sensibles y atentos a la “casa común”. (…) Frente a esto, surgen tres urgencias: promover nuevas formas de evangelización a través de los medios sociales (Francisco, Christus Vivit 86); ayudar al joven indígena a lograr una sana interculturalidad; ayudarlos para hacer frente a la crisis de antivalores que destruye su autoestima y les hace perder su identidad.

¿Se puede hablar con propiedad de que los jóvenes son un lugar teológico?; ¿verdaderamente junto a las nuevas formas de evangelización suponen una urgencia para la Iglesia el logro de una sana interculturalidad y la recuperación de la autoestima y de la identidad?; ¿qué se entiende por nueva evangelización, si ésta aparece al mismo nivel que aspectos meramente humanos?

  1. (…) La ciudad es una explosión de vida, porque “Dios vive en la ciudad” (DAp 514).

¿No parece que lo de que “Dios vive en la ciudad”, es una mera frivolidad teológica, impropia de un documento serio?; en todo caso, se podría apuntar que sólo si se trata de la ciudad de Dios, que es la verdadera noción teológica.

  1. (…) Por eso, es necesario que los pastores animen en todos y cada uno de los fieles al discipulado misionero. La comunidad eclesial deberá estar presente en los espacios de participación de políticas públicas donde se articulan acciones para revitalizar la cultura, la convivencia, el ocio y la celebración. Debemos luchar para que las “favelas” y “villas miseria”, tengan asegurados los derechos básicos fundamentales; agua, energía, vivienda y promover la ciudadanía ecológica integral. Instituir el ministerio de acogida en las comunidades urbanas de la Amazonía para la solidaridad fraterna con los migrantes, refugiados, personas sin hogar y personas que han abandonado las zonas rurales.

¿Qué tiene que ver el discipulado misionero con todas las acciones que aparecen a continuación?; ¿no parece, más bien, que el deber que se le impone a la comunidad eclesial, constituye una politización inadmisible que se opone al carácter eminentemente sobrenatural de la Iglesia?; el compromiso político no compete a la comunidad eclesial en sí sino a cada uno de los cristianos en cuanto ciudadano.

  1. Una atención especial merece la realidad de los indígenas en los centros urbanos, pues son los más expuestos a los enormes problemas de delincuencia juvenil, falta de trabajo, luchas étnicas e injusticias sociales. (…) Se deberá articular una pastoral indígena de la ciudad que atienda esta realidad específica.

¿Acaso la estricta prioridad de la pastoral no es el ámbito sobrenatural?; entonces habrá que decir que lo demás es secundario y con carácter meramente supletorio.

  1. La acción pastoral se sustenta en una espiritualidad que se basa en la escucha de la palabra de Dios y el grito de su pueblo, para después poder anunciar con espíritu profético la buena nueva (…)

Equiparar la palabra de Dios: algo bien determinado teológicamente, al grito de su pueblo: algo tan indefinido que puede ser entendido en muy diversos sentidos, ¿no supone depreciar la palabra de Dios, y confundirla?

  1. (…) Los caminos de incidencia política para la transformación de la realidad deben ser discernidos con los pastores y laicos (…)

Encomendar cuestiones políticas a pastores religiosos ¿no conlleva una politización de la religión?

  1. (…) Nuestra conversión debe ser también cultural, hacernos al otro, aprender del otro. Estar presentes, respetar y reconocer sus valores, vivir y practicar la inculturación y la interculturalidad en nuestro anuncio de la Buena Noticia (…)

¿No se produce en esta equiparación de la conversión a algo meramente cultural un vaciamiento sobrenatural de la salvación, y la sustitución por meros elementos humanos? Quizás hasta se podría ver aquí la reproducción de una de las tentaciones del diablo a Jesús: la de la conversión de las piedras en pan; obviamente Jesús no podía caer; pero ¿no parece este documento es una invitación a que la Iglesia caiga?; a este respecto, convendría recordar constantemente aquellas palabras del mismo Jesús: “No trabajéis por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna: el que os dará el Hijo del hombre” (Jn 6).

  1. De esta manera, la Iglesia se compromete a ser aliada de los pueblos amazónicos para denunciar los atentados contra la vida de las comunidades indígenas, los proyectos que afectan al medio ambiente, la falta de demarcación de sus territorios, así como el modelo económico de desarrollo depredador y ecocida. La presencia de la Iglesia entre las comunidades indígenas y tradicionales necesita esta conciencia de que la defensa de la tierra no tiene otra finalidad que la defensa de la vida.

¿No se está hablando aquí de una alianza política, del todo ajena a la misión sobrenatural de la Iglesia? Semejante alianza política ya fue denunciada por los profetas, como un auténtico acto de prostitución: “Israel, conviértete al Señor, Dios tuyo, por haber tropezado por tu pecado; preparad el discurso, volved al Señor, y decidle: «Perdona del todo la iniquidad, recibe, benévolo, el sacrificio de nuestros labios; no nos salvará Asiria»” (Os 14), y también: “¡Ay de los hijos rebeldes! -oráculo del Señor-, que hacen planes, sin contar conmigo, que firman pactos, sin contar con mi profeta, añadiendo pecado a pecado, que bajan a Egipto, sin consultar mi oráculo, sino buscando la protección del faraón, y refugiarse a la sombra de Egipto; la protección del faraón será su deshonra, y el refugio a la sombra de Egipto su oprobio”; justo después se dice cuál es la verdadera actitud creyente: “Vuestra salvación está en convertiros y tener calma; vuestra fuerza está en confiar y estar tranquilos” (Is 30).

  1. (…) Es preciso defender los derechos a la libre determinación, la demarcación de territorios y la consulta previa, libre e informada. Estos pueblos tienen “condiciones sociales, culturales y económicas que los distinguen de otros sectores de la comunidad nacional, y que se rigen total o parcialmente por sus propias costumbres o tradiciones o por una legislación especial” (Conv. 169 OIT, art. 1º, 1a). Para la Iglesia, la defensa de la vida, la comunidad, la tierra y los derechos de los pueblos indígenas es un principio evangélico, en defensa de la dignidad humana: «He venido para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10b).

¿Qué derecho tiene la Iglesia a inmiscuirse en cuestiones meramente terrenas?; ¿no parece que enrolar a la Iglesia en la defensa de derechos tan políticos como la libre determinación o la demarcación de territorios conlleva una injerencia intolerable por parte de la misma Iglesia?; ¿acaso hablar de la defensa de meros derechos naturales como un principio evangélico no se ha de entender como un atentado contra la sobrenaturalidad del mismo evangelio?

  1. La Iglesia promueve la salvación integral de la persona humana, valorando la cultura de los pueblos indígenas, hablando de sus necesidades vitales, acompañando a los movimientos en sus luchas por sus derechos. Nuestro servicio pastoral constituye un servicio para la vida plena de los pueblos indígenas, que nos mueve a anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios y a denunciar las situaciones de pecado, estructuras de muerte, violencia e injusticias, promoviendo el diálogo intercultural, interreligioso y ecuménico (cf. DAp 95).

La misión prioritaria de la Iglesia es estrictamente sobrenatural, y supone la liberación del pecado como mal también sobrenatural; mas difuminar esto, para sustituirlo por aspectos puramente secundarios y supletorios, ¿no se debe catalogar como una traición a aquella misión?

  1. Un capítulo específico precisan los Pueblos Indígenas en Aislamiento Voluntario (PIAV) o Pueblos Indígenas en Aislamiento y Contacto Inicial (PIACI). (…) Una opción por la defensa de los PIAV/PIACI, no exime de la responsabilidad pastoral a las Iglesias locales sobre ellos.

 

  1. Esta responsabilidad debe manifestarse en acciones específicas por la defensa de sus derechos, concretarse en acciones de incidencia para que los Estados asuman la defensa de sus derechos mediante la garantía legal e inviolable de los territorios que ocupan de forma tradicional, inclusive adoptando medidas de precaución en las regiones donde habiendo sólo indicios de su presencia, ésta no es confirmada oficialmente y estableciendo mecanismos de cooperación bilateral entre estados, cuando estos grupos ocupen espacios transfronterizos. En todo momento se debe garantizar el respeto a su autodeterminación y a su libre decisión sobre el tipo de relaciones que quieren establecer con otros grupos. Para ello será preciso que todo el pueblo de Dios, y en especial las poblaciones vecinas a los territorios de los PIAV/PIACI, sean sensibilizados sobre el respeto a estos pueblos y la importancia de la inviolabilidad de sus territorios. Como San Juan Pablo II dijo en Cuiabá, en 1991 “La Iglesia, queridos hermanos y hermanas indios, ha estado y seguirá estando siempre a vuestro lado para defender la dignidad de los seres humanos, su derecho a tener una vida propia y pacífica, respetando los valores de sus tradiciones, costumbres y culturas”.

Una cosa es defender la dignidad de los seres humanos y sus derechos humanos, y otra, hablar de responsabilidad pastoral en puntos que son puramente políticos, por referirse a los estados y las fronteras entre los mismos; ¿no se da entonces una extralimitación por parte de la Iglesia, y hasta una intromisión que parece contradecir su genuino carácter de sociedad religiosa?

  1. Cristo con la encarnación dejó su prerrogativa de Dios y se hizo hombre en una cultura concreta para identificarse con toda la humanidad. La inculturación es la encarnación del Evangelio en las culturas autóctonas (“lo que no se asume no se redime”, San Ireneo, cf. Puebla 400) y al mismo tiempo la introducción de estas culturas en la vida de la Iglesia. En este proceso los pueblos son protagonistas y acompañados por sus agentes y pastores.

Decir que Cristo se identifica con toda la humanidad, es falso, pues los hombres que libremente rehúsan la salvación, no se unen a Cristo; también es falsa, en sentido estricto, la afirmación de que “la inculturación es la encarnación del evangelio en las culturas autóctonas”, ya que el evangelio no tiene por finalidad la salvación de ninguna cultura sino la de cada hombre que lo acepta mediante la fe.

  1. (…) Motivados por una ecología integral, deseamos potenciar los espacios de comunicación ya existentes en la región, para así promover de modo urgente una conversión ecológica integral.

Como la conversión es una noción teológica muy determinada, ¿no resulta sumamente inadecuado hablar de conversión ecológica integral, pues supone una lamentable confusión de ámbitos?

  1. Nuestro planeta es un regalo de Dios, pero sabemos también que vivimos la urgencia de actuar frente a una crisis socioambiental sin precedentes. Necesitamos una conversión ecológica para responder adecuadamente. Por ello como Iglesia Amazónica, frente a la agresión cada vez mayor a nuestro bioma amenazado por su desaparición con consecuencias tremendas para nuestro planeta, nos ponemos en camino inspirados por la propuesta de la ecología integral (…)

¿No se da aquí una intrusión en el ámbito científico, donde la Iglesia carece, por sí misma, de toda autoridad?. Parece que no se haya aprendido de errores históricos bastante desafortunados que tanto mermaron el prestigio y la credibilidad de la Iglesia.

  1. Dios nos ha dado la tierra como don y como tarea, para cuidarla y para responder por ella; nosotros no somos sus dueños (…)

Decir que el hombre no es dueño de la tierra, contradice expresamente Génesis 1.

  1. (…) Ante la situación apremiante del planeta y de la Amazonía, la ecología integral no es un camino más que la Iglesia puede elegir de cara al futuro en este territorio, es el único camino posible, pues no hay otra senda viable para salvar la región (…)

¿No parece reducirse la salvación a un puro naturalismo, para luego negarse expresamente la sobrenaturalidad?

  1. La Iglesia es parte de una solidaridad internacional que debe favorecer y reconocer el rol central del bioma amazónico para el equilibrio del clima del planeta (…)

El Vaticano es un estado, y así cuenta con la lógica relevancia internacional; pero la Iglesia en sí misma no es un estado, ni puede reclamar legítimamente un papel internacional.

  1. Para los cristianos, el interés y preocupación por la promoción y respeto de los derechos humanos, tanto individuales como colectivos, no es opcional. El ser humano es creado a imagen y semejanza del Dios Creador, y su dignidad es inviolable. Por eso la defensa y promoción de los derechos humanos no es meramente un deber político o una tarea social, sino también y sobre todo una exigencia de fe. (…) Por esta razón: a) denunciamos la violación de los derechos humanos y la destrucción extractiva; b) asumimos y apoyamos las campañas de desinversión de compañías extractivas relacionadas al daño socio-ecológico de la Amazonía, comenzando por las propias instituciones eclesiales y también en alianza con otras iglesias; c) llamamos a una transición energética radical y a la búsqueda de alternativas (…)

La defensa y promoción de los derechos humanos es un deber moral, social y político, y toca a la fe en cuanto que ésta nos prohíbe el pecado, y nos impulsa a la caridad; ahora bien, la caridad sólo tiene valor en cuanto acción sobrenatural, y no puede quedar reducida a un mero nivel humano.

La Iglesia no tiene competencia en el ámbito económico, más allá de lo meramente moral, así que hablar de “campañas de desinversión de compañías extractivas” está completamente fuera de lugar.

La defensa del medio ambiente se sustenta moralmente en la repercusión negativa que la degradación de éste supone para los hombres; pero la Iglesia no puede superar ese ámbito moral, para invadir otros que no le competen.

  1. (…) Ellos han expresado claramente que quieren que la Iglesia los acompañe, que camine junto a ellos, y no que les imponga un modo de ser particular, un modo de desarrollo específico que poco tiene que ver con sus culturas, tradiciones y espiritualidades (…)

¿Significa eso que la Iglesia ha de abstenerse de predicar el evangelio, para no colisionar con las espiritualidades paganas?

  1. La función de la Iglesia es fortalecer esa capacidad de apoyo y participación. Así promovemos una formación que tenga en cuenta la calidad de vida ética y espiritual de las personas desde una visión integral. La Iglesia debe atender de forma primordial a las comunidades afectadas por daños socio-ambientales (…) La defensa de los pueblos originarios de este continente está intrínsecamente ligada con la fe en Jesucristo y su buena nueva. Hoy en día debemos formar agentes pastorales y ministros ordenados con sensibilidad socioambiental.

La función primordial e ineludible de la Iglesia es exclusivamente la predicación del evangelio, de modo que la sensibilidad socioambiental sólo puede ser un requisito secundario.

  1. Reafirmamos nuestro compromiso por defender la vida en su integralidad desde su concepción hasta su ocaso y la dignidad de todas las personas (…) Nuestro servicio pastoral constituye un servicio a la plena vida de los pueblos indígenas que nos obliga a proclamar a Jesucristo y a la Buena Nueva del Reino de Dios, para frenar las situaciones de pecado, las estructuras de la muerte, la violencia y las injusticias internas y externas y promover el diálogo intercultural, interreligioso y ecuménico.

El pecado no es en sí mismo ni una situación ni una estructura social, sino un acto personal de rechazo de la gracia de Dios.

  1. (…) Ante ello, un horizonte global, aun escuchando las voces de iglesias hermanas, queremos abrazar una espiritualidad de la ecología integral, a fin de promover el cuidado de la creación. Para alcanzarlo debemos ser una comunidad de discípulos misioneros mucho más participativa e incluyente.

¿Qué espiritualidad se puede desprender de la ecología integral?; ¿acaso la Iglesia no cuenta ya con una espiritualidad plenamente conformada por su doctrina?

  1. Proponemos definir el pecado ecológico como una acción u omisión contra Dios, contra el prójimo, la comunidad y el ambiente. Es un pecado contra las futuras generaciones y se manifiesta en actos y hábitos de contaminación y destrucción de la armonía del ambiente, transgresiones contra los principios de interdependencia y la ruptura de las redes de solidaridad entre las criaturas (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 340-344) y contra la virtud de la justicia. También proponemos crear ministerios especiales para el cuidado de la “casa común” y la promoción de la ecología integral a nivel parroquial y en cada jurisdicción eclesiástica, que tengan como funciones, entre otras, el cuidado del territorio y de las aguas, así como la promoción de la encíclica Laudato si’ (…)

El pecado sólo tiene sentido en una dimensión religiosa; por tanto, hablar de pecado ecológico carece de sentido; así como no hay pecados políticos ni económicos, tampoco puede haber pecados ecológicos, sino pecados religiosos cuya materia tiene un aspecto político, económico o ecológico.

  1. Crear un observatorio socioambiental pastoral, fortaleciendo la lucha en la defensa de la vida (…)

¿Tendría sentido crear un observatorio de pastoral económica o política?; la pastoral es una acción intrínsecamente religiosa que puede extenderse a diversos ámbitos, pero sin perder la propia especificidad.

  1. Para caminar juntos la Iglesia necesita una conversión Sinodal, sinodalidad del Pueblo de Dios bajo la guía del Espíritu en la Amazonía. Con este horizonte de comunión y participación buscamos los nuevos caminos eclesiales, sobre todo, en la ministerialidad y la sacramentalidad de la Iglesia con rostro amazónico. La vida consagrada, los laicos y entre ellos las mujeres, son los protagonistas antiguos y siempre nuevos que nos llaman a esta conversión.

Hablar de ministerialidad y sacramentalidad con rostro amazónico ¿no se puede entender de modo equívoco?, ya que la Iglesia se caracteriza por su catolicidad, esto es: su universalidad, de modo que su función salvífica no puede quedar restringida, sin ser gravemente deformada.

  1. (…) Para la Iglesia amazónica es urgente que se promuevan y se confieran ministerios para hombres y mujeres de forma equitativa. (…) Es la Iglesia de hombres y mujeres bautizados que debemos consolidar promoviendo la ministerialidad y, sobre todo, la conciencia de la dignidad bautismal.

¿Cómo se pueden conferir equitativamente ministerios a hombres y mujeres, si sólo los primeros pueden participar en el ministerio capital de Cristo como esposo de la Iglesia?

  1. La sabiduría de los pueblos ancestrales afirma que la madre tierra tiene rostro femenino (…) Valoramos “la función de la mujer, reconociendo su papel fundamental en la formación y continuidad de las culturas, en la espiritualidad, en las comunidades y familias. Es necesario que ella asuma con mayor fuerza su liderazgo en el seno de la Iglesia, y que ésta lo reconozca y promueva reforzando su participación en los consejos pastorales de parroquias y diócesis, o incluso en instancias de gobierno.

¿Cómo se puede llamar sabiduría a lo que sería un mero engaño: la maternidad de la tierra?

Por otra parte, la función de gobierno eclesial de Cristo cabeza sólo puede ser participada obviamente por el varón.

  1. (…) Reconocemos la ministerialidad que Jesús reservó para las mujeres. Es necesario fomentar la formación de mujeres en estudios de teología bíblica, teología sistemática, derecho canónico, valorando su presencia en organizaciones y liderazgo dentro y fuera del entorno eclesial (…) Pedimos revisar el Motu Propio de San Pablo VI, Ministeria quedam, para que también mujeres adecuadamente formadas y preparadas puedan recibir los ministerios del Lectorado y el Acolitado, entre otros a ser desarrollados. En los nuevos contextos de evangelización y pastoral en la Amazonía, donde la mayoría de las comunidades católicas son lideradas por mujeres, pedimos sea creado el ministerio instituido de “la mujer dirigente de la comunidad” y reconocer esto, dentro del servicio de las cambiantes exigencias de la evangelización y de la atención a las comunidades.

Los ministerios eclesiales que participan de la capitalidad de Cristo sólo son válidamente asumibles por varones, y lo contrario se opone a la doctrina y la práctica de la Iglesia.

Hablar de ministerios litúrgicos femeninos, cuando la liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo, cabeza y esposo de la Iglesia, carece de sentido teológico.

¿No parece entonces que el llamado “ministerio instituido de la mujer dirigente de la comunidad” es una aberración?

  1. (…) En un alto número de dichas consultas, se solicitó el diaconado permanente para la mujer. Por esta razón el tema estuvo también muy presente en el Sínodo. Ya en 2016, el Papa Francisco había creado una “Comisión de Estudio sobre el Diaconado de las Mujeres” que, como Comisión, llegó a un resultado parcial sobre cómo era la realidad del diaconado de las mujeres en los primeros siglos de la Iglesia y sus implicaciones hoy. Por lo tanto, nos gustaría compartir nuestras experiencias y reflexiones con la Comisión y esperamos sus resultados.

Es imposible teológicamente constituir un diaconado femenino verdaderamente ministerial, es decir: incluido dentro del sacramento del orden, el cual es participación de la capitalidad de Cristo.

  1. (…) En efecto, la Eucaristía es en sí misma un acto de amor cósmico» (LS 236).

Eso es completamente falso, pues el cosmos es completamente impersonal, mientras que la eucaristía se integra dentro del amor trinitario eminentemente personal; otra cosa es que Cristo recapitule en sí toda la creación; pero sus actos, como no pueden ser de otra manera, son siempre personales.

En suma, ¿no parece que en este documento se está dando una verdadera confusión de los órdenes sobrenatural y natural, y así una reducción del primero al segundo?; ¿se puede incluso hablar de un reduccionismo naturalista del mensaje evangélico tanto en sentido ecológico, como social, cuando lo cierto es que estas y todas las demás dimensiones que se quieran apuntar: la económica, la política, etc., son muy secundarias frente a la verdadera y única prioridad de la salvación: el carácter sobrenatural?; por eso dijo Jesús: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?”; el sentido de esta vida aparece en las palabras anteriores: “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará” (Mc 8), pues es evidente que no habla de la vida terrenal sino de la eterna; de ahí la recomendación del apóstol: “Habiendo resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3).

Nunca se reiterará suficientemente que el objetivo propio y verdadero de la Iglesia no es sino la salvación sobrenatural, y todo lo demás sólo tiene cabida en cuanto pueda ayudar a la misma, pero no en sí mismo, de modo que ese llamamiento a una salvación medioambiental y cultural excede el ámbito de la Iglesia, y supone una intromisión muy inapropiada.

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