ABERASTURI: “Brindis al sol” (por decir algo)

Nota del Director: Imprescindible artículo del Padre Aberasturi para su blog en Adoración y Liberación. Así, sí; oigan. Así, sí, es como necesitamos los fieles que nos hablen los pastores. En Adoración y Liberación tenemos la suerte, por gracia de Dios, y de Don Jose Luis, de contar con uno de los pocos que nos quedan. Laus Deo. Vicente Montesinos

 

 

 

 

 

 

Jose Luis Aberasturi

 

La expresión es sinónimo de “tararí que te ví”; o, ya que estamos en el último “mini lo que sea” de Roma sobre los abusos en la Iglesia: “campa cavallo mio que l’erba cresce”; expresión italiana que, en una traducción un poco libre, vendría a significar: “tú, tranqui, que no pasa nada de nada; ni va a pasar”.

También es perfectamente trasladable del mundillo político -lo han dicho ellos mismos, tal cual- que “las promesas electorales se dicen porque hay que decirlas”, pero no se dicen para ser cumplidas: “nadie se las cree ni hay por qué hacerlo”. Son eso: “brindis al sol”. O mero “flatus vocis” -puro viento, ni siquiera música: en todo caso “música celestial”, nunca peor dicho-, que dirían los clásicos.

A esto hemos llegado en la Iglesia. Desgraciadamente. Lamentablemente. Porque el suicida seguidismo del mundo -y de los hombres- sin Dios de la Iglesia Católica es de un bajonazo que, en los años sesenta, nadie hubiese aventurado que íbamos a llegar a esto: a lo que estamos viendo y oyendo, día sí y día también. Aunque en esos años, en y tras el CV II, se pusieron ya todos los medios para que se llegase a estas cosas; y, para rematar bien la faena, se quitaron todos los remedios y las más mínimas normas de prudencia: ¡hasta los signos externos! Que guardan bastante bien los internos, como se ha podido comprobar “a negative”.

No sé si estarán siguiendo, de lejos o de cerca, la mini-cumbre romana sobre los abusos a jóvenes y adolescentes por parte de clérigos de distinto pelaje y de distinto estatus eclesial. Yo, lo confieso humildemente, de muy lejos: los prolegómenos me quitaron todo interés; pero algún ojillo le he echado al tema: a veces, solo los titulares gordos, porque lo son. Y es lamentable.

No sé si habrán caído en la cuenta, pero, en referencia a estos escándalos, ni una sola vez he oído o leído la palabra PECADO, que debe estar ya en desuso en la misma Iglesia; y se ha venido sustituir por “crimen execrable”, que tanto vale para esto como para lo de ese chico que, no contento con matar a su madre, se la estaba comiendo, a medias con su perro. Y ni una sola vez se hace referencia -para nada, y muchos menos para intentar poner remedio EN LA RAÍZ precisamente-, a que todo esto ha venido porque el modelo de sacerdote y de religioso que desde el CV II se ha presentado, en el seno de propia Iglesia, a los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa, era un modelo falso por falsificado.

¿Les suena la monserga de la “identidad del sacerdote”? Tema que solo a un ingenuo se le ocurre pensar que era para afianzarla. No: era para demolerla. Como se ha hecho por quienes deberían haber sido los más interesados en que no pasase tal cosa -¡era su primera obligación, exactamente igual como en el tema de los abusos!-, consciente o inconscientemente, por acción u omisión, por defecto o por exceso, por “dejar hacer” y/o por “mirar para otro lado” o por buscarlo directamente: por los mismos miembros de la Jerarquía Católica.

El tan traído y llevado tema de la “identidad” solo les sonará a los que peinamos canas desde hace ya muchos años; porque a los más jóvenes en la aventura -¡tan sobrenatural, totalmente vocacional!: “no sois vosotros los que me habéis elegido, sino que soy Yo el que os ha elegido”- de ser SACERDOTE –“otro Cristo”: ¡esta ha sido siempre su IDENTIDAD, hasta que se la han arrebatado desde arriba, miserablemente, porque son los que han podido hacerlo!-; o de ser RELIGIOSO -¡con sus señas de identidad perfectamente perfiladas de “castidad, pobreza y obediencia”: los Consejos Evangélicos de toda la vida!-; pues a ambos, sacerdotes y religiosos, que para todos ha habido, al quitarles a Cristo de su horizonte espiritual -y, por tanto, de su horizonte vital y vocacional-, se les ha dejado vendidos y a los pies de los caballos. Y del “creo en Dios Padre” se ha pasado a la “resurrección de la carne”, como no podía ser de otra manera. Y ha pasado lo que tenía que pasar. Y que se sabía que pasaba… allí donde pasaba.

Pues a esto, que ha sido y es la verdadera tragedia “ab intra” de la propia Iglesia Católica -¡por ahí se está desangrando!-, se le quiere poner remedio “mirando a los ojos a las víctimas”: cito textualmente al portavoz de la CEE. O poniendo a los abusadores en manos de las autoridades civiles. O con “tolerancia cero”, cosa que ya se ve que es selectiva, en la práctica. O con el tan socorrido “escuchar a las víctimas”, que queda fenomenal, oyes.

Pero todo esto, ¿qué arregla?

Porque esa es otra: ni una sola vez -también puede que yo no me haya enterado, claro- se habla de CONFESIÓN, de que los abusadores acudan a los Sacramentos; sí, pero como de pasada, de hacer oración y de hacer penitencia. ¡Pero a saber lo que eso significa ahora para tantos y tantos, sacerdotes y religiosos, o para las mismas autoridades eclesiásticas! Ni una sola palabra o mera referencia a Jesucristo, a la Sagrada Escritura, a la Palabra revelada, a Dios mismo, que es el primero y el gran “pagano” de lo que está pasando. Junto con su Iglesia.

Pues no arregla ni va a arreglar nada.

Lo que he dicho: “un brindis al sol”. Amén.

 

 

 

 

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