ABERASTURI: Balones fuera

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Jose Luis Aberasturi

 

 

El papa Francisco públicamente parece muy empeñado en entrarle al tema de los abusos sexuales, especialmente de ámbito eclesiástico-homosexs, pero no solo; de hecho, lo último que ha dicho sobre el tema de los abusos cometidos por eclesiásticos, corregido o explicado al día siguiente por el portavoz interino, ha sido para clamar contra la “esclavitud sexual” de una pequeña parte del clero sobre algunas -muy pocas numéricamente- monjas o hermanas.

Es rotundo en la condena; o lo parece. Pero…

Pero…, siempre se enzarza con planes de futuro: ahora está pendiente la próxima reunión que ha convocado -desde hace bastantes meses: muchos parecen dada la gravedad del tema, la verdad- para abordar lo de los abusos de clérigos diversos a menores. Para lo otro, lo de la “esclavitud”, no hay planes anunciados, al menos de primeras.

El Papa también está poniendo públicamente el acento en la PREVENCIÓN, a la que se refiere una y otra vez. ¡Mágica palabra! ¡Y prudente donde las haya! Ciertamente lo sería -mágica, prudente-, si la misma Jerarquía que clama ahora por ello -o así lo parece- no fuese la misma que hizo, y/o dejó hacer, y/o heredó el sistema pero se calló como muerta viéndolo y sabiéndolo, o no se enteró, o lo que fuese… Y montó todo, o dejaron que se lo montaran, exactamente con lo contrario: suprimiendo todas esas mismas medidas de prevención y seguridad. Y luego, ya si eso, “que cada palo aguante su vela”, “ya escampará” y “a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga. Amén”.

Así ha pasado lo que ha pasado. Pero la “prevención” puede ser también -¡qué duda cabe!- un “dar largas”, o un no querer entrar al “hoy y ahora” del tema que, de suyo, debería estar sobre la mesa, sí o sí.

La Historia de la Iglesia está llena de enseñanzas porque, en principio, siempre se han querido hacer las cosas de cara a Dios. Y, además, porque no solo no se ha tapado nada de lo que ha pasado -hasta no hace muchos años-, sino que se ha buscado aprender mucho de esos mismos errores, porque es lo primero que hay que hacer con ellos: ¡aprender!

 

 

 

Vamos a hacer un poco de Historia, pues, para aprender, si queremos, para el hoy.

Estamos en el norte de África, en el siglo III, con un obispo, san Cipriano, titular y residente en Cartago -elegido a viva voz por el pueblo fiel con sus sacerdotes y sus diáconos a la cabeza, al faltar el anterior obispo, mártir creo-, que lo reunía todo: prestigio social -era de familia rica-, prestigio popular -antes y después de su conversión-, prestigio intelectual -pocas cabezas le igualaban- y un gran prestigio espiritual y moral, hasta el punto de que se las tuvo tiesas con el mismísimo Papa de Roma: a los obispos residentes se les llamaba también “papa”. Era, indiscutiblemente, la cabeza visible -y ejerciente- de toda la Iglesia en el norte de África.

Por eso tantísimas veces, obispos, comunidades y personas singulares, clérigos o no, de toda aquella región acudían a él en busca de consejo: de la voz de la Iglesia que sabían estaba en él. Y él, como es natural, contestaba; y también proveía, si era necesario; por ejemplo, con ayuda monetaria aportada de sus propias arcas.

Año 253, aprox. Cipriano recibe una carta en mano -con Pacomio- de Pomponio, obispo de Dionisiana, provincia Bizacena, en la que este le pregunta qué hacer -quiere su opinión y su respaldo, moral y eclesial-, ante el pollo que se ha montado en su sede porque unas vírgenes, las religiosas de entonces, se habían acostado materialmente con unos hombres, uno de ellos diácono; pero solo para dormir juntos: negaban cualquier trato sexual entre unos y otras; y estaban dispuestas a dejarse explorar por las parteras competentes, para que se viese que seguían siendo vírgenes: tal cual.

Y san Cipriano contestó; y nada de subido o escondido en una nebulosa y/o sibilina respuesta. Al contrario: al grano desde la primera a la última palabra, que me voy a permitir resumir para todos ustedes. Le contesta lo siguiente.

1. Que lo que han hecho las tales vírgenes le parece repugnante. Y pone un ejemplo: ¿qué pensaría un marido que un buen día pilla a su mujer durmiendo con otro. Para nada entraría en si habían hecho algo más o no: descargaría su ira, legítimamente, sobre uno y otra. Pues peor era y actuaba quien, estando desposada con Cristo, pues se había consagrado a Él, se acostaba con otro.

2. Por tanto, deberían arrepentirse de su acción, que no fue puntual sino continuada; acceder a confesar sus demás pecados, si los hubiera habido; reparar por el escándalo ocasionado. Si no hacían nada de eso, no podían ser admitidas nuevamente en la Iglesia.

3. Por supuesto, que fuesen examinadas por las personas adecuadas, aunque desconfiaba del asunto: podían haber pecado sexualmente sin haber perdido su virginidad; o podían haberla perdido y que no se pudiese demostrar físicamente. Y si resultaba que habían ofendido a Dios rompiendo su voto de virginidad, tendrían que ser expulsadas, no solo de su estatus religioso, sino de la misma Iglesia.

4. Confirma el actuar del obispo Pomponio que había excomulgado al diácono y a los demás hombres: “has obrado con previsión y energía”.

 

Como se ve, no hay nada nuevo bajo el sol. En la Iglesia ha pasado de todo, aunque solo sea porque podía pasar: porque la Iglesia la hacemos también los hombres, generación tras generación. Por eso se tuvo gran prevención con las comunidades mixtas. Y hasta con la simple familiaridad entre comunidades de hombres y mujeres, aún siendo de la misma familia religiosa. Porque ha pasado de todo, insisto. Pero lo de estos últimos decenios, no había pasado nunca en la Iglesia Católica.

Por tanto, y siempre en mi opinión, no hace ninguna falta -a lo que se ve con Pomponio y san Cipriano-, cuando se debe atajar un tema tan fuerte, esperar a una reunión de obispos, ni a una decisión del Papa, ni a “vamos a estudiar el caso” -el “caso” está más que claro-, ni a perdernos en disquisiciones sobre las causas y los efectos: simplemente y de entrada, hay que cortar por lo sano, de modo que se vea y se entienda por todos el actuar de la Jerarquía. Ya luego, se puede uno enredar en si son galgos o podencos: nunca antes.

Y, como siempre, hay que estudiar las cosas en profundidad, aprender de los errores, reconociéndolos; pero solo se reconocen si se atajan realmente y de modo inequívoco: en caso contrario y con paños calientes, no se reconoce nada, sino que se está por la continuidad de los mismos.

 

 

 

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2 comentarios
  1. Echenique says

    El papa del ¿ quien soy yo ?, que no sabe quien es, según y como, no está en condiciones de resolver ningún problema por una sencilla razón: los multiplica, a sabiendas que los multiplica y precisamente para eso: para acabar con el catolicismo y pasar al poliedro del ecumenismo de todo es lo mismo, o sea, nada, como nos lo ha demostrado en su último y desgraciado viaje. Francisco no es parte del problema; es el problema, el problema, pero nadie se atreve a hincarle del diente, salvo Seifert y pocos más.

  2. Carlos María Bacaicoa Hualde says

    No, Echenique, el problema es el engendro del CVII, del que Bergoglio ha mamado.

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