OBITUARIO: Ante el fallecimiento del Cardenal Fernando Sebastián

Santiago Jáuregui

 

A finales de agosto de 2007, a los tres meses de nacer nuestro primer hijo, Pablo y un mes antes de entrar D. Francisco en la Diócesis, aceptó D. Fernando una invitación a comer en nuestra casa. En la sobremesa, con Pablo durmiendo, tuvimos una charla de 3 horas con nuestro Arzobispo.

Fue desgranando y desmontando uno a uno los supuestos “logros” del postconcilio: las secularizaciones y deserciones sacerdotales, la laxitud moral en materia de sexualidad, el abandono de la rectitud doctrinal y de la apologética, las desviaciones de la Teología en múltiples Facultades sobre todo de Centroeuropa, mientras crecían el feminismo y los primeros anuncios de la ideología de género.

Repasamos su preparación con los claretianos, su labor como secretario de Tarancón, con quién fraguó su inicial progresismo, su paso por León, su renuncia a la Diócesis para desempeñar el cargo de secretario de la Conferencia Episcopal y Gran Canciller de la Pontificia de Salamanca, de ahí a Granada, con distintos avatares e incomprensiones y finalmente Pamplona.

Siempre más teólogo que obispo, la gran cabeza de la Conferencia Episcopal, redactor de discursos y excelente profesor.

 

 

 

 

Fue en Pamplona donde se percató de los desmanes del postconcilio y del lastre de los sacerdotes que se enredaban en temas políticos, casi siempre desde la izquierda o el nacionalismo. En nuestra compleja diócesis descubrió el cáncer del nacionalismo que propugnaban varios obispos vascos, con Setién a la cabeza y que arrasaron la práctica religiosa en sus respectivas diócesis.

Se lamentaba de haber tardado en darse cuenta de estas situaciones y de su génesis y se mostraba dispuesto a afrontar su etapa de arzobispo emérito con valentía y rotundidad en doctrina, moral y vida de oración y sacramentos.

Paralelamente a su decepción con la politización de algunos sacerdotes, más pendientes del cambio de régimen político en España que de la evangelización, la conversión de las almas y el fomento de la vida de oración, de los sacramentos y de virtudes, le pregunté por su inicial animadversión al Opus Del, que admitió sin subterfugios, en particular su conocido viaje a Roma junto a otros dos conocidos obispos para intentar revocar la decisión ya tomada de erigir la Obra en prelatura personal, su escasa presencia en actos conmemorativos o celebraciones de la Universidad de Navarra,….lo cual fue evolucionando positivamente, sin llegar nunca a la adhesión franca y sincera de D. Francisco, mucho más libre de prejuicios y ataduras del progresismo eclesial.

De hecho, reconoció la gran obra desempeñada por el Caudillo en el fomento de la fe, la familia, el crecimiento económico y la cohesión social, salvaguardando a España del comunismo y la masonería. De eso, a partir de su etapa en Pamplona, se daba cuenta perfectamente.

También evolucionó muy favorablemente en el tema de la defensa de la vida y la familia, que en un sacerdote o en un obispo es fundamental e imprescindible. Su rechazo firme y bien argumentado al matrimonio entre personas del mismo sexo no ha tenido parangón en otros miembros del episcopado y sus planteamientos sobre la perversión moral intrínseca de la ideología de género son inmejorables.

En definitiva, en vísperas del encuentro definitivo con el Señor, gracias por evolucionar tan satisfactoriamente de posiciones tan adversas a la evangelización por la excesiva politización a otras tan proclives a mostrar y fomentar la dignidad de la persona en la búsqueda de la verdad, en definitiva en el ansia de hallar a Cristo para llegar a la santidad y la salvación.

Gracias, Don Fernando,  por esa evolución tan ejemplar.

¡Descanse en Paz!

 

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