¡Pan vivo y Divina Misericordia! ¡Gloria a Dios!

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En esta efusión de gozo pascual que estamos viviendo, disfrutamos a diario de un Evangelio gozoso; que nos habla de la vida que nos ha traído y dejado el Resucitado en nosotros. Jesús está vivo, hermanos, y es el verdadero pan vivo bajado del cielo.



El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna



El Evangelio de hoy es una delicia. Va finalizando el discurso del Pan de Vida; y nos da la felicidad y la esperanza perpetuas. Jesús permanecerá con nosotros hasta el final de los tiempos. Pero lo hará de verdad. Está presente verdadera y realmente en cada consagración, en cada Eucaristía, en cada Comunión, en cada sagrario, en cada custodia del mundo. Y es que, hermanos… ¡ésta son palabras de Jesús, recogidas en el Evangelio de hoy!:


El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día


No he podido evitar que  mi cabeza y corazón se fueran al meditar hoy el Evangelio a ese punto del diario de Sor Faustina Kowalska en el que Jesús, en su DIvina Misericordia que recientemente hemos celebrado, en el segundo domingo de Pascua,  le dice a la santa lo siguiente:


Al sumergirme en la oración, fui trasladada en espíritu a la capilla y vi al Señor Jesús expuesto en la custodia; en lugar de la custodia veía el rostro glorioso del Señor y el Señor me dijo:  Lo que tú ves [en] realidad, estas almas lo ven a través de la fe.  Oh, qué agradable es para Mi su gran fe.  Ves que aparentemente no hay en Mi ninguna traza de vida, no obstante, en realidad ella existe en toda su plenitud y además encerrada en cada Hostia.  Pero para que Yo pueda obrar en un alma, el alma debe tener fe.  Oh, cuánto Me agrada la fe viva.


“El alma debe tener fe…”

Que confirmación en este bello mensaje de la DIvina Misericordia, de esa pan vivo que nos espera a diario, que nos da la vida, que nos llena, que nos salva, que nos libera y que nos sana.

¡Cómo quiso e impulsó nuestro querido San Juan Pablo II la devoción a la Divina Misericordia!

¡Que nos unamos a nuestra Santísima Madre la Virgen María en la fidelidad diario y a la unión a Jesús Eucaristía!

¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar!


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